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21 abril, 2016

Dos curiosas historias del Rastro

Numerosoas personas alrededor de los puestos de vendedores durante el mercado callejero de los domingos.
El Rastro, plaza General Vara del Rey. Foto: S.C.
Entre las curiosas historias del Rastro, hay una que cuenta que después de la guerra de la Independencia, a principios del siglo XIX, un joven vecino de Madrid fue al Rastro y adquirió unas parrillas grandes y renegridas en uno de los antiguos corrales y cobertizos que los madrileños llamaban ‘Las Américas’, por las gangas que allí podían encontrarse. El joven cargó con las parrillas hasta su casa, casi arrepentido de haberlas comprado por lo pesadas que eran. Un día se puso a limpiarlas y descubrió bajo la suciedad un metal blanco como la plata, con elegantes grabados. Para salir de dudas acudió con ellas al establecimiento de un platero de la calle de Toledo, quien le aseguró que las parrillas eran de plata, y le propuso comprárselas, pero el joven se marchó con ellas a la Casa de la Moneda, que estaba en la calle Segovia. Allí, una vez pesadas, le dieron por ellas una importante suma de dinero. Con ese capital, el afortunado joven supo dar un cambio a su vida. Logró quedarse con el servicio de alumbrado del antiguo Teatro de la Cruz, que funcionaba con aceite. Así consiguió doblar su dinero, lo que le permitió montar un próspero negocio en la ciudad con el que amasó una fortuna.

Artículos textiles de todo tipo en puestos de vendedores cubiertos por sombrillas para protegerlos del sol.
Lateral plaza General Vara del Rey. Foto:S.C.
Sobre la procedencia de aquellas parrillas, había una versión que decía que eran las que tenía en la mano una imagen San Lorenzo, también de plata, como recuerdo de su cruel martirio, y que la imagen pertenecía a los monjes Jerónimos del monasterio del Escorial. Debido al expolio generalizado por parte de las tropas francesas durante la invasión, alguien ocultó muy bien las parrillas, pero por azares de la vida cayeron en el olvido y se ennegrecieron con el tiempo. Hasta que fueron a parar a uno de los puestos del Rastro.

Las rejas de San Basilio

Por esa época se dio otro caso curioso en ‘Las Américas’, situadas en el entorno del Cerrillo del Rastro, un montículo del terreno que, tras los desmontes de épocas anteriores quedó como testigo de una de las siete colinas sobre las que se fundó Madrid. Fue en este lugar, ocupado hoy por la plaza General Vara del Rey y aledaños, donde tenía su ‘bazar’ un chamarilero dedicado a la compra y venta de hierro viejo, rejas, camas, herramientas, campanas y otros artículos de segunda mano. Durante el Trienio Liberal (1820-1823), con la incautación y venta de propiedades de las órdenes religiosas, compró las verjas de hierro o barandillas que estaban en la puerta principal de la antigua iglesia de San Basilio, en la calle Desengaño. El tratante las arrancó y las llevó a su corral del Rastro. Allí, de vez en cuando, recibía la visita de uno de los monjes basilios, que no quería perder de vista las rejas. Preguntaba por  ellas y el tratante le respondía que no conseguía venderlas. Y el monje le amenazaba diciéndole que si la situación política volvía atrás, iba a tener que  colocar las rejas en el mismo sitio donde estaban antes.
Vista parcial de la zona del Rastro, con detalles de las construcciones y nombre de las calles.
El Cerrillo, Plano de Texeria (centro).

Y así fue. En 1823 volvió el absolutismo de Fernando VII, que abolió las leyes anteriores e inició una feroz represión contra sus oponentes. No tardó el monje en ir al Rastro a reclamar sus verjas, pero el tratante ya no las tenía, así que tuvo que aceptar las condiciones del monje y pagarle por las verjas bastante más dinero del que valían. Así se libró el chamarilero de una denuncia segura que hubiera tenido para él graves consecuencias en esos momentos en que las órdenes religiosas fueron restablecidas. El monasterio de San Basilio volvió a ser ocupado por los monjes, hasta la desamortización de Mendizábal, que en 1836 decretó su expropiación.


En la zona del Cerrillo del Rastro se encontraba desde el siglo XVI un matadero cuya actividad fue el origen del nombre del barrio, El Rastro, por el rastro de sangre que dejaban las reses sacrificadas al ser transportadas por los carniceros que se establecieron en esta zona. También los curtidores de pieles tenía aquí su negocio, en la Ribera de Curtidores, antes calle Tenerías. En relación con este comercio existen otras historias curiosas, como las de la calle de la Cabeza y la calle del Carnero.

2 comentarios:

  1. Hola, ¿podría facilitarme dirección de correo para ponerme en contacto con usted? Mi dirección es sara.redaccion@endordigitalmedia.com

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    1. Disculpa el retraso. Te respondo al correo que me indicas.

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