GA4

23 diciembre, 2015

La movida madrileña, modernidad en la calle

En el collage hay entradas de Gabinete Caligari, Mermelada, Las Chinas y otros
Grupos representados en entradas a conciertos.
La ‘movida madrileña’ fue un movimiento lúdico y cultural surgido en la década de los 80, tras el paso de la dictadura franquista a la democracia. Madrid rebosaba ansias de diversión y novedades y entre los jóvenes surgió un fenómeno que alcanzó la mayor repercusión popular conocida en Madrid en las últimas décadas del siglo XX.
 

Encumbrada por los artistas más innovadores, denostada por intelectuales de la vieja guardia y acosada por el mercado discográfico, la movida madrileña fue la expresión lúdica, creativa y espontánea de dos generaciones de madrileños, de su decidida voluntad de hacer pleno uso de las libertades y de recuperar la calle para la gente. Por su carácter juvenil y libre fue también un fenómeno indefinido, mezcla de valores en muchos aspectos, que convirtió a Madrid en símbolo de la modernidad.

Los jóvenes demandaban espacios de diversión y salida a sus inquietudes culturales, tras la agitación política de la transición y luego el golpe de estado de Tejero, el 23 de febrero de 1981. La ‘movida’ aportó frescura al panorama madrileño, renovando la estética y comportamientos de la música, el cine, las artes plásticas o la moda con un conjunto de propuestas vitales. En este ambiente surgieron numerosos grupos musicales, algunos de corto recorrido y otros con gran proyección, dibujantes, fotógrafos y artistas de todo tipo que compartían las mismas inquietudes, el mismo público y un mismo espacio urbano. 


Pintura de estilo pop-art que representa a una joven sonriente en una terraza frente al mar.
Una de las pinturas de Costus.
La ciudad se entusiasmó con la recuperación de fiestas populares y tradiciones olvidadas promovidas por el alcalde Enrique Tierno Galván . Conciertos de música joven que congregaban a multitudes desconocidas hasta esa época fueron organizados por el Ayuntamiento madrileño, principalmente durante las fiestas de San Isidro. El éxito de este movimiento de los primeros años 80 se extendió a toda la década.

La ‘movida’, como versión juvenil y divertida del cambio de vida y costumbres que estaba transformando el país desde la política, tuvo también su propia revista, La Luna de Madrid. En esta publicación, abierta, plural, iconoclasta e independiente, cuyo primer director fue Borja Casani, colaboraban muchos artistas. La Luna comenzó a editarse en 1983 y llegó a lanzar 30.000 ejemplares mensuales. Un año después apareció la revista Madrid Me Mata, dirigida por Óscar Mariné, y Madriz, en 1985.



Portada en azul y negro con imágenes minimalistas.
 Portada de La Luna.
La calle, los parques, los bares y las salas de conciertos fueron los escenarios de este movimiento, especialmente la sala Rock-Ola. Allí ofrecieron sus primeras actuaciones grupos musicales emblemáticos como Kaka de Luxe, Radio Futura, Gabinete Caligari, Alaska y los Pegamoides, Las Chinas, Alphaville, Aviador Dro, Nacha Pop, Los Coyotes, Los Elegantes, Los Nikis, Rubi y los Casinos, Sindicato Malone, La Mode o Los Secretos, entre otros, además de importantes grupos del panorama internacional.

En esos años, el barrio de Maravillas o del Dos de Mayo comenzó a acoger numerosos bares de copas, algunos emblemáticos como el Pentagrama o la Vía Láctea. En ellos encontraban cobijo durante la madrugada artistas y seguidores de la movida madrileña y la estética punky, que acudían a este céntrico barrio que empezó a llamarse Malasaña.

Muchos de los artistas surgidos de este mestizaje cultural llamado 'la movida' se incorporaron al elenco de de artistas españoles. Los grupos musicales antes mencionados, compositores e intérpretes como Joaquín Sabina o Bernardo Bonezzi, diseñadores como Alberto Corazón, pintores e ilustradores como Ceesepe, Costus (Enrique Naya y Juan Carrero) o El Hortelano; fotógrafos como Ouka Lele y Alberto García Alix y cineastas, como Pedro Almodóvar y otros muchos artistas protagonizaron una revolución creativa que asombró a propios y extraños.

08 diciembre, 2015

Calle Carretas, las primeras barricadas

Vista de la entrada a la calle Carretas desde la Puerta del Sol, con el edificio de la Casa de Correos, en cuyo lateral se encuentra la calle.
Calle de Carretas, desde Puerta del Sol. Fot: S.C.
El nombre de la calle Carretas procede de las numerosas carretas que en esa zona se acumularon como parapeto en tiempos de la guerra las Comunidades o de los Comuneros de Castilla contra el rey Carlos I, allá por el año 1520. Pueden, por tanto, considerarse las primeras barricadas conocidas de la historia de Madrid. Esta zona había sido uno de los arrabales de la Villa, más allá de su entrada oriental, que estaba en la calle Mayor hasta que se amplió el perímetro de las murallas al entorno de lo que hoy es la Puerta del Sol.
 

El levantamiento de varias ciudades castellanas contra Carlos I de España y V de Alemania, que con su política imperialista estaba empobreciendo las arcas municipales, se produjo entre 1520 y 1522. También una parte de la nobleza y el clero veía amenazada su posición privilegiada frente a los nuevos consejeros flamencos, a quienes el rey concedía los cargos más importantes.

En esta rebelión de los Comuneros Madrid permaneció neutral los primeros meses, algo que le reprochaban Toledo y Segovia, que se habían levantado contra el rey y querían otorgar el poder real a la hija de los Reyes Católicos y madre del rey, Juana 'la Loca', que se encontraba recluida en Tordesillas. El cabildo municipal de Madrid era en general partidario de sumarse a los comuneros, pero no el alcalde de la Villa, Antonio de Astudillo. Reunido el cabildo en su sala sobre el pórtico de la iglesia de San Salvador, frente a la plaza de la Villa, la presión popular hizo que Astudillo dimitiese o se viese obligado a ello.
Vista desde la puerta del Sol. A la derecha, un lateral de la Casa de Correos, hoy sede de la Comunidad de Madrid.
Calle de Carretas. Foto: A. Castaño.

 

Francisco Vargas, alcaide del alcázar, donde residía con su familia, temió por la seguridad de los partidarios del rey allí refugiados y por la fortaleza, ya que sus fuerzas eran escasas para contener un levantamiento del pueblo. Vargas marchó a Alcalá de Henares en busca de refuerzos, mientras los madrileños recibieron cientos de escopetas, picas y ballestas. Otra versión indica que Vargas fue atrapado camino de Alcalá por un grupo de comuneros que salió en su busca.

La revuelta estalló en Madrid. Los comuneros asaltaron algunas casas para apoderarse de armas y asediaron el alcázar, que resistió unos meses, pero finalmente se rindió y fue tomado por los comuneros, como había ocurrido en otras ciudades.

Placa cerámica con el nombre de la calle y dibujos alusivos pintados.
Placa de Carretas.
La noticia de que desde Alcalá de Henares llegarían tropas hizo que los comuneros fortificaran la entrada de la Villa por el camino de Alcalá, la Puerta del Sol, que tenía una representación del sol sobre la puerta. Reforzaron los muros y recogieron leña, tablas y cuantas carretas encontraron, formando parapetos a la entrada. 

Madrid resistió hasta que las tropas comuneras lideradas por Padilla, Bravo y Maldonado cayeron frente a las imperialistas en Villalar de los Comuneros (Valladolid), el 23 de abril de 1521. Esta derrota hizo ver a los madrileños que la causa estaba perdida y la ciudad capituló poco después, entregando el alcázar. 

Allí, al lado de la Puerta del Sol, quedaron dispuestas las carretas como los sublevados las habían colocado. Algunos historiadores señalan que en los enfrentamientos entre imperialistas y comuneros, éstos, en una acción atroz, llegaron a colocar en las carretas a los enfermos de un hospital cercano, como escudo humano para evitar el ataque de los soldados, y que muchos de los enfermos más graves murieron por los problemas ocasionados.

Así, de estas barricadas de carretas quedó el nombre a la zona. Más tarde, cuando se construyeron casas allí y se formó la calle, que sale de la Puerta del Sol por un lateral de la Casa de Correos, se la llamó calle de las Carretas, en recuerdo a la acción de los comuneros de Madrid. 

20 noviembre, 2015

Museo del Prado y sus colecciones de pintura

Fachada principal del edifico neoclásico, con columnas de estilo dórico y delante la estatua del pintor Velázquez sentado.
Museo del Prado. Foto: F. Chorro.
Hay 14 personajes en el cuadro, incluido el autor, al fondo, a un lado.
La Familia de Carlos IV (Goya, Museo del Prado).
Cuando se inauguró el Museo del Prado, el 19 de noviembre de 1819, con el nombre de Real Museo de Pinturas y Esculturas, contaba con 311 pinturas españolas, aunque ya entonces guardaba otras 1.500 obras llegadas desde los Reales Sitios y pertenecientes a pintores españoles y extranjeros. Su nombre actual se debe al lugar donde se encuentra, el antiguo Prado de los Jerónimos, junto al monasterio de San Jerónimo el Real.

El Museo del Prado, la pinacoteca más famosa de Madrid y una de las más importantes del mundo, alberga más de 27.500 piezas, aunque sólo está expuesto el 5%. Son casi 8.000 pinturas, más de 3.000 grabados, más de 6.500 dibujos y cerca de 2.800 obras de artes decorativas, entre las que destaca el Tesoro del Delfín, llamado así porque perteneció a Luis de Francia, hijo de Luis XIV de Francia y padre de Felipe V. El resto se encuentra depositado en sus almacenes.

El origen de las pinturas del Prado está en las colecciones reales desde el siglo XVI, obras de los pintores de cámara de los reyes y otras encargadas a pintores extranjeros. Estas colecciones se completaron con donaciones privadas y la fusión, en 1870, con el Museo Nacional de Pinturas, donde se guardaba desde 1836 el arte religioso desalojado de los conventos expropiados por la Desamortización de Mendizábal. Éste era llamado Museo de la Trinidad por estar en el convento de la Trinidad Calzada, en la plaza de Jacinto Benavente, que fue destinado a museo tras ser expropiado.

Entre los fondos pictóricos del museo del Prado, desde el siglo XII hasta el XIX, destacan Velázquez y Goya como pintores de la corte, y El Greco, Murillo, Zurbarán y Ribera en el arte religioso. Es admirable también la amplia representación de la escuela italiana, desde el siglo XVI al XVIII, por encargos de Carlos V, Felipe II y Felipe IV, y obras de la escuela veneciana, con Tiziano, Tintoretto y Veronés, o la pintura barroca de Caravaggio, Lucas Jordán y Guido Reni. La escuela francesa tiene sus lienzos relacionados con las alianzas monárquicas de los siglos XVII y XVIII, con obras de Poussin, Lorena, Watteau y Housae, entre otros, mientras que las obras de pintores de los Países Bajos se deben a su relación política con España en el pasado. Así, de la escuela flamenca se exhiben obras de Van der Weyden, Memling, Rubens, El Bosco o Van Dyck, y de la escuela holandesa, destacan Rembrandt y Ruysdael. Menos significativa es la representación de las escuelas alemana, con Durero y Cranach, y de la inglesa, con Gainsborough y Reynolds.

Traslado en la guerra civil

En noviembre de 1936, durante la guerra civil, la aviación rebelde franquista bombardeó el museo. Nueve bombas cayeron sobre el edificio, pero el incendio del tejado fue sofocado rápidamente. Ante el riesgo de ser destruidas por nuevos bombardeos, las 500 pinturas más importantes del museo, debidamente embaladas y con sus respectivos informes, se trasladaron en camiones a Valencia. Al final de la guerra las obras salieron de España, se custodiaron en Ginebra y años cespués volvieron a Madrid.

La fachada neoclásica en piedra y ladrillo rojo, con columnas jónicas, vista desde el parque del Retiro.
Casón del Buen Retiro. Foto: S. Castaño.

Tras la recuperación de la democracia en España, El Prado acogió en una de sus dependencias, el Casón del Buen Retiro, el Guernica de Picasso, que llegó a Madrid en 1981 desde el Museo de Arte Moderno de Nueva York, donde estuvo custodiado durante años; y el legado Cooper, del historiador británico Douglas Cooper, con obras de Picasso y Juan Gris. En 1992 estas obras se trasladaron al Museo Centro de Arte Reina Sofía. Hoy día, el Casón del Buen Retiro acoge el Área de Biblioteca, Documentación y Archivo del Museo Nacional del Prado.

El edificio

La construcción del Museo del Prado se inició en 1785, durante el reinado de Carlos III, bajo la dirección del arquitecto Juan de Villanueva, que lo levantó en el que hoy es el paseo del Prado. Fue diseñado como Gabinete y Museo de Ciencias Naturales por orden de Carlos III, aunque su primer uso fue el de arsenal y caballerizas durante la Guerra de la Independencia (1808-1814), además de utilizarse el plomo de sus cubiertas para fabricar municiones. Lo inauguró como  pinacoteca Fernando VII, en 1819. De Real Museo de Pinturas y Esculturas pasó pronto a llamarse Museo Nacional Pintura y Escultura y, desde 1869, Museo Nacional del Prado, pasando a depender de Patrimonio Nacional.

El Prado y sus vecinos Jardín Botánico y Observatorio Astronómico, obras también de Villanueva, son los edificios principales de la urbanización del antiguo Prado de San Jerónimo, ideada por Carlos III para dotar a la Villa y Corte de una imagen moderna.

En el exterior del edificio destaca el uso de los tres órdenes clásicos: dórico, en el pórtico principal; jónico, en galería y puerta norte; y corintio, en la fachada sur, así como la estatua del pintor Diego Velázquez, obra de Aniceto Marinas, frente a la fachada principal. El Museo Nacional del Prado es visitado por más de tres millones de personas al año.

13 noviembre, 2015

Madrid, de la Revolución de 1868 a la I República

El grabado a la población quemando en la calle de de objetos relacionados con el antiguo régimen.
Revolución septiembre de 1868 (MHM).
Si convulso fue el reinado de Isabel II, tras su destronamiento en 1868 Madrid se convirtió en un hervidero de intrigas y conspiraciones. En sólo seis años se sucedieron un gobierno revolucionario, un rey extranjero, una república, dos pronunciamientos militares y la restauración de la monarquía. Se produce el primer intento de nuestra historia de dotar al país de un gobierno democrático, mientras Madrid pasa de ser una ciudad cortesana a una ciudad burguesa, con una pujante clase dedicada a los negocios y profesiones liberales.
Madrid vivió el llamado Sexenio Democrático en medio de una gran agitación política. La revolución de septiembre de 1868, llamada ‘La Gloriosa’, que llevó al exilio a Isabel II, fue un pronunciamiento militar liderado por los generales Serrano, Prim y Topete, que puso al frente del Gobierno a Serrano y luego a Prim. Ese mismo año fue derribada la tapia que rodeaba la ciudad, las calles se alargaron por los caminos y comenzó el ensanche de Madrid. Este Gobierno provisional, que se prolongó hasta 1871, procedió al derribo de varios conventos e iglesias para crear nuevos espacios en la ciudad y promovió la construcción de viviendas baratas.

Rostro del presidente Prim, vestido con frac. Vista parcial de un óleo de Luis Madrazo.
Juan Prim.

En octubre de 1868, un decreto del Gobierno estableció la Peseta como moneda nacional, en sustitución del escudo. El Retiro pasó a ser un parque público para todos los madrileños, que tres años después eran ya unos 400.000, y en el paseo de Recoletos se levantó en madera el primer Circo Price de la ciudad.

El presidente del Gobierno Juan Prim propuso y logró que las Cortes votaran a favor de traer como rey de España al italiano Amadeo de Saboya. Prim fue víctima de un atentado en la calle del Turco, hoy calle Marqués de Cubas, el 27 de diciembre de 1870. Tres días después murió a causa de las heridas, según la versión oficial. Por el contrario, las últimas investigaciones forenses sobre la momia de Prim indican que fue estrangulado mediante lazo cuando se encontraba convaleciente de las heridas, en su residencia del palacio de Buenavista, hoy Cuartel General del Ejército de Tierra, en la plaza de Cibeles.

Poco después, en enero de 1871, el nuevo rey Amadeo I se instaló en Madrid, encontrándose con el desaire y el recelo de políticos, aristócratas y la población en general, a pesar de su trato amable y sus ideas liberales. Un día, el rey y su esposa, María Victoria, sufrieron un atentado cuando volvían de un concierto en el Retiro. Unos hombres les dispararon en la calle Arenal, poco antes de que su carroza llegara a la plaza de Isabel II, aunque por suerte salieron ilesos. No se abrió una investigación y los guardias municipales, llamados ‘guindillas’ por el color rojo de sus uniformes, no lograron detener a nadie por este suceso. 
Rostro de Amadeo I vistiendo traje y corbata.
Amadeo de Saboya.



El mismo año, en el mes de mayo, se inauguró el primer tranvía de Madrid, tirado por mulas, con una primera línea entre el nuevo barrio de Salamanca y la Puerta del Sol, que luego se extendió hasta el barrio de Pozas, actual barrio de Argüelles. Era el inicio de un cambio esencial para el desarrollo de la ciudad, su incipiente actividad industrial y la conexión con los nuevos barrios.

Dos años después, en febrero de 1873, Amadeo de Saboya abdicó. El mismo día, las Cortes proclamaron la I República Española, que duró once meses y tuvo cuatro presidentes de Gobierno: Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar. Ese año se abrieron las puertas del Teatro Apolo en la calle de Alcalá, junto a la iglesia de San José, escenario principal de las zarzuelas, tan en boga en esa época.


La I República terminó por la sublevación del general Pavía, jefe del Ejército de Castilla la Nueva, que envió al Congreso varias compañías de soldados y guardias civiles para disolver las Cortes, que
Retrato de Emilio Castelar, con traje. Destaca en su rostro el enorme bigote.
Emilio Castelar.
acababan de retirar la confianza al presidente Castelar. Se nombró un gobierno provisional presidido por el general Serrano, que suspendió la Constitución. 


En 1874 se abrió el viaducto de hierro de la calle Bailén, anterior al actual. Lo inauguró el cortejo fúnebre que trasladó los restos de Calderón de la Barca desde la iglesia de San Francisco el Grande hasta el cementerio de San Nicolás.

Un nuevo pronunciamiento tuvo lugar en diciembre de 1874. El general Martínez Campos proclamó en Sagunto, sin oposición del Gobierno, la restauración de la monarquía borbónica, representada por Alfonso XII, hijo de Isabel II.

30 octubre, 2015

Antiguas calle del Ataúd y calle de los Muertos

La placa de cerámica tiene pintados los rostros de un hombre y una mujer. Por encima sus nombres: Esteban y Ana
Placa de Travesía de los Trujillos.
Hubo un tiempo en el que a los niños madrileños traviesos sus padres les amenazaban con encerrarlos en el corral del ataúd. Era éste un solar en los terrenos de la parroquia de San Martín, hoy travesía de los Trujillos, muy cerca de la calle Arenal y del monasterio de las Descalzas. En aquel corral se guardaba el ataúd para los entierros de caridad, es decir para el funeral de los madrileños cuya familia, por su pobreza, no podía pagarlo. Allí estaban también las angarillas en las que se colocaba el ataúd que servía para llevar al muerto desde su casa a dicha parroquia, donde se hacía el oficio de difuntos. Después, con un humilde acompañamiento de frailes de la cofradía de San Sebastián, que portaban cuatro cirios y una cruz, se llevaba al difunto a darle sepultura al cementerio del Hospital de la Buena Dicha, en la calle Silva, fundado en el siglo XVI.

Este cortejo fúnebre era visto con vergüenza por los familiares del difunto, que no podían costear las exequias, así que la mayoría de los parroquianos procuraba asegurase su funeral, aunque fuese muy modesto, para no figurar en el libro de enterramientos de limosna ni ser llevado al cementerio en aquel horroroso ataúd, cuya visión atemorizaba a los niños.

Así fue como aquel paraje se quedó con el nombre de corral del ataúd, que luego fue calle del ataúd, aunque para entonces ya no existía el viejo féretro, por la construcción del cementerio general fuera del portillo de Santo Domingo, a principios del siglo XIX.

Calle de los Muertos


La travesía de los Trujillos enlaza con la calle Trujillos, antes llamada calle de los Muertos. Sobre el origen de su nombre existen tres versiones. Una dice que allí vivieron dos madrileños que participaron en la guerra contra los musulmanes de Granada, en tiempos de los Reyes Católicos, y después corrió la noticia de que habían muerto. Mucho tiempo después los dos hombres volvieron a sus casas de Madrid y por eso la gente les llamaba los Muertos y, por extensión, a su calle.

Otra opinión apunta que Muertos era el apellido de una ilustre familia de la Villa que tenía allí su casa familiar. La tercera versión señala que, a causa de una gran epidemia que hubo en Madrid, se cercó allí un terreno para depositar los cadáveres, que quedaban insepultos, porque los cementerios y atrios de las iglesias estaban llenos. Y por esto la llamaron la calle de los Muertos.


21 octubre, 2015

El primer Ayuntamiento de Madrid

Óleo de finales del XVI muestra el edificio en obras y numerosos madrileños en la plaza.
Construcción de la Casa de la Villa. M. de Historia Madrid.
El primer Ayuntamiento de Madrid se constituyó en 1346 por orden del rey Alfonso XI. Desapareció el antiguo Concejo del Juez Real, un órgano en el que el ‘señor de la Villa y justicia mayor’ era nombrado por los nobles y otros vecinos que pagaban tributos. Un antiguo documento indica que en 1219 el señor de la Villa era Rodrígo Rodríguez.

Esta primera corporación municipal estaba formada por 12 corregidores: Nuño Sánchez, Diego Meléndez, Diego Pérez, Fernán Ruiz, Lope Fernández, Arias (sobrino de Fernán Rodríguez), Juan (hijo de Domingo Pérez), Juan Estévanez, Vicente Pérez de Alcalá, Pascual Pérez, Ruy González y García Sánchez. Además se nombraron dos alcaldes, uno de la Mesta y otro de la Santa Hermandad. Los nobles perdieron el privilegio de ser los únicos recaudadores de impuestos y de nombrar cargos públicos, lo que ya desde el principio acarreó tensiones entre éstos y los corregidores de la Villa.

El mandato era por un año y tenían el deber de reunirse dos veces por semana, los lunes y los viernes, actuando como secretario el escribano del Concejo. Se desconoce donde se reunía este primer Ayuntamiento, aunque ya en 1405 el Concejo de Madrid se reunía en una sala sobre el pórtico de la iglesia de San Salvador, en la calle Mayor, frente a la actual Plaza de la Villa. Este local fue derribado en 1599 por las obras de ensanche de la calle Mayor, con motivo de la histórica entrada en Madrid de Margarita de Austria, esposa de Felipe III. 

El Concejo pasó por otros espacios como la misma plaza, el portal de dicha iglesia e incluso alguna capilla, pero por lo enconado de algunos de estos encuentros pronto se prohibieron estas citas en el interior de la iglesia. Durante muchos años el Concejo se instaló en unas casas compradas en la Plaza de la Villa, antes llamada de San Salvador. Más tarde estuvo de alquiler en una casona de la misma plaza, hasta que se aprobó construir la primera Casa Consistorial, en la misma plaza, autorizando el rey su construcción en 1629, aunque las obras no se iniciaron hasta 1644. 
Dibujo en blanco y negro, panorámica con la mesa presidencial al fondo y los concejales a los lados sentados en bancos de madera.
Salón de Plenos,1868. Mus. Historia de Madrid.

En esa época, en las procesiones o cuando acudían a ver al rey, los regidores de la Villa se vestían con ropajes de terciopelo carmesí. En 1814 se estableció un uniforme para los actos solemnes: casaca y calzón azul, chupa blanca, vueltas, collarín y filos bordados en oro. En 1817 se impuso que debían llevar al cuello una cruz de oro de ocho brazos y en 1866 se incluyó el bastón de mando y un fajín verde, que paso a ser morado en 1873, durante la primera República. Antes del bastón, los corregidores y alcaldes utilizaban la vara, de dos metros de longitud, como símbolo de la autoridad municipal.

La lista de todos los alcaldes de Madrid, corregidores y otros títulos de los máximos mandatarios de la ciudad llega a 238 personas.





Todos los alcaldes de Madrid

La lista de todos los corregidores, alcaldes y otros títulos de los máximos mandatarios de Madrid llega a 238 personas, entre ellas 24 condes, 28 marqueses, 7 duques y 1 vizconde.  El primer título nobiliario de la lista aparece en 1634, el conde de Revilla y el último es José Finat, 1952-65, conde de Mayalde. En toda la historia, sólo dos mujeres han ocupado la Alcaldía de Madrid, Ana Botella (2011-2015) y Manuela Carmena (2015-2019). Algunos alcaldes ejercieron el cargo en varios mandatos:


Tela de color rojo carmesí, con flecos dorados. Tiene bordados un círculo blanco en el centro con el nombre Concejo de Madrid con corona real y dos palmas a los lados. En las cuatro esquinas el escudo de la Villa.
RODRIGO RODRÍGUEZ, 1219
(OTROS SEÑORES DE LA VILLA 1220-1346)
FRANCISCO LUJÁN, 1346-53
DIEGO FERNÁNDEZ DE GUDIEL, 1374
JUAN DE ARACO, 1458
DIEGO DE VALDERRÁBANO, 1465
DIEGO CABEZA DE VACA, 1472
FERNANDO GÓMEZ DE AYALA, 1472-73
JUAN PÉREZ BARRADAS, 1475
JUAN DE BOBADILLA, 1477
ALONSO PÉREZ (BACHILLER), 1478
ALONSO DE HEREDIA, 1479
RODRIGO DE MERCADO, 1480
JUAN DE TORRES, 1483
ANTONIO GARCÍA DE LA CUADRA, 1484
ALONSO DEL ÁGUILA, 1485
JUAN PÉREZ DE BARRADAS, 1487
PEDRO SÁNCHEZ (O SUÁREZ) DE FRÍAS, 1487
TRISTÁN DE SILVA, 1491
JUAN DE VALDERRAMA, 1492
CRISTÓBAL DE TORO, 1494
ALONSO MARTÍNEZ DE ANGULO, 1499
LORENZO DE MALDONADO (LICENCIADO), 1503
PEDRO VÉLEZ DE GUEVARA, 1506
PEDRO SÁNCHEZ MACHUCA, 1508
FRANCISCO DE NERO, 1510 
La bandera de Madrid ondea en su mástil en una calle del centro de Madrid
Bandera de Madrid.
PEDRO DE VACA, 1510
PEDRO DE CORDELA, 1514
ALONSO DEL CASTILLO, 1516
JUAN DE GUEVARA, 1518
ASTUDILLO (LICENCIADO), 1520
JUAN ZAPATA, 1520
MARTÍN ACUÑA, 1521
JUAN MANRIQUE DE SUNA, 1522
PEDRO ORDÓÑEZ DE VILLAQUIRÁN, 1528
ANTONIO VÁZQUEZ DE CENEDA, 1531
PEDRO DE QUIJADA, 1535
MARCOS DE BARRIONUEVO, 1535
SANCHO DE CÓRDOBA, 1537
SUÁREZ DE TOLEDO, 1540
PEDRO NÚÑEZ DE AVELLANEDA, 1541
ANTONIO DE MENA (LICENCIADO), 1543
ALONSO DE TOVAR, 1544
ALFARO (LICENCIADO), 1547
JUAN DE ACUÑA, 1548
CÉSPEDES DE OVIEDO (LICENCIADO), 1551
ARÉVALO (LICENCIADO), 1557
RUY BARBA CORONADO, 1559
JOSÉ DE BETETA, 1561
FRANCISCO ARGOTE, 1561
RUIZ DE VILLAQUIRÁN, 1563
FRANCISCO DE SOTOMAYOR, 1565
PERNIA (DOCTOR), 1567
ANTONIO DE LUGO, 1569
LÁZARO DE QUIÑONES, 1573
MARTÍN DE ESPINOSA (LICENCIADO), 1575
LUIS GAITÁN DE AYALA, 1579 y 1587
ALONSO DE CÁRDENAS, 1583
RODRIGO DE AYALA, 1592
RUIZ DE BRACAMONTE (MOSÉN), 1599
ALONSO MARTÍNEZ ANGULO, 1600
RUIZ DE BRACAMONTE (MOSÉN), 1601
SILVA DE TORRES (LICENCIADO), 1602
GONZALO MANUEL, 1607
PEDRO DE GUZMÁN, 1612
FRANCISCO DE VILLARIZ, 1618
JUAN DE CASTRO CASTILLA, 1622
FRANCISCO DE BRIZUELAS Y CÁRDENAS, 1625
NUÑO DE MOJICA, 1630
REVILLA (CONDE DE), 1634
JUAN ANTONIO DE FRAILE ARELLANO, 1638
FRANCISCO ARÉVALO DE ZUAZO, 1641
ÁLVARO QUEIPO DE LLANO Y VALDÉS, 1647 y 1654
ÍÑIGO FERNÁNDEZ DE CORDOBA, 1648
LUIS JERÓNIMO DE CONTRERAS, 1649
COVATILLAS (CONDE DE), 1652
MARTÍN DE ARRESE GIRÓN, 1657
CASARES (MARQUÉS DE ), 1659
ALONSO NAVARRO HARO, 1664
FRANCISCO DE HERRERA ENRÍQUEZ, 1667 y 1678
BALTASAR DE RIVADENEYRA ZÚÑIGA, 1671
UGENA (MARQUÉS DE), 1679
CAMPOSAGRADO (MARQUÉS DE), 1680
VILLAHERMOSO (MARQUÉS DE), 1683
FRANCISCO DE VARGAS, 1690 y 1697
FRANCISCO DE RONQUILLO, 1694 y 1699
FERNANDO MATANZA CORCUERA, 1703

Marqués de Vadillo
ALONSO PÉREZ DE SAAVEDRA (CONDE DE LA JAROSA), 1706 y 1713
ANTONIO SANGUINETO Y ZAYAS, 1710
VADILLO (MARQUÉS DE), 1715
 MARTÍN GONZÁLEZ DE ARCE,1730
URBANO DE AHUMADA (MARQUÉS DE MONTEALTO), 1731
ANTONIO PEDRO DE NOLASCO (CONDE DE MACEDA), 1746
ANTONIO DE HEREDIA BAZÁN (MARQUÉS DE RAFAL), 1747
JUAN FRANCISCO DE LUJÁN Y ARCE, 1753
ALONSO PÉREZ DELGADO, 1765
ANDRÉS GÓMEZ DE LA VEGA, 1776
JOSÉ ANTONIO DE ARMONA Y MURGA, 1777
JUAN DE MORALES GUZMÁN Y TOVAR, 1792-1800
JOSE DE URBINA, 1803-05
JOSÉ MARQUINA Y GALINDO, 1805-08
PEDRO DE MORA Y LOMAS, 1808-10
DÁMASO DE LA TORRE, 1810-11
MANUEL GARCÍA DE LA PRADA, 1811-12
VILLAPATIERNA (CONDE DE), 1812
MAGÍN FERRER, 1812
FRUTOS ÁLVAREZ BENITO, 1812
JUAN ANTONIO PICO, 1812
ITURVIETA (MARQUÉS DE), 1812 y 1813

Pedro Sáinz de Baranda
PEDRO SÁINZ DE BARANDA Y GORRITI, 1812-1813 y 1820
MOCTEZUMA (CONDE DE), 1814
HORMAZAS (MARQUÉS DE LAS), 1814-16
JOSÉ MANUEL DE ARJONA, 1816-20
FÉLIX OVALLE, 1820
RODRIGO DE ARANDA, 1820 y 1822
JOSÉ PÍO DE MOLINA, 1820-21 y 1823
CLAVIJO (CONDE DE), 1821
GOYENECHE (CONDE DE), 1821-22
SANTA CRUZ (MARQUÉS DE), 1822
RAMÓN CASELLA, 1822
ARIAS GONZALO DE MENDOZA, 1822-23
LUIS BELTRÁN DE LEO, 1823
JOAQUÍN LORENZO MOZO, 1824
LEÓN DE LA CÁMARA CANO, 1824-28
TADEO IGNACIO GIL, 1828-30
DOMINGO MARÍA DE VARRAFÓN, 1830-34

Marqués Viudo de Pontejos
FALCES (MARQUÉS DE ), 1834-35
JOSÉ MARÍA GALDEANO, 1835
JOAQUÍN VIZCAÍNO (MARQUÉS DE PONTEJOS), 1835-36
JUAN LOSAÑA, 1836
JOSÉ MARÍA BASUALDO, 1837
VÍCTOR LÓPEZ MOLINA, 1838
MANUEL RUIZ OGANIO, 1838
TOMÁS FERNÁNDEZ VALLEJO, 1839
LUIS OSEÑALDE, 1839
SALUSTIANO OLÓZAGA, 1840
JOAQUÍN MARÍA FERRER, 1840
FRANCISCO JAVIER FERRO MATEO, 1840
PEÑAFLORIDA (MARQUÉS DE), 1842 y 1845
JUAN ÁLVAREZ MENDIZÁBAL, 1843
JACINTO FÉLIX DOMENECH,1843
IGNACIO DE OLEA, 1843 y 1854
MANUEL DE LARRAIZ, 1843-44
MANUEL DE BÁRBARA, 1844
SOMERUELOS (MARQUÉS DE), 1844 y 1847, JOAQUÍN JOSÉ DE MURO
VERAGUA (DUQUE DE), 1845-46
JOSÉ LAPLANA, 1846
VISTAHERMOSA (CONDE DE), 1847
SANTA CRUZ (MARQUÉS DE), 1848-51
LUIS PIERNAS, 1851-52
QUINTO (CONDE DE), 1852 y 1853-54
JOSÉ SECO DE BALDOR, 1854
VALENTÍN FERRAZ, 1855-56
ALBA (DUQUE DE), 1857
CARLOS MARFORI, 1857
SESTO (DUQUE DE), 1857-64
TAMAMES (DUQUE DE), 1864
PUÑONROSTRO (CONDE DE), 1864
Retrato del Marqués de Cubas
Marqués de Cubas
BALASCOAIN (CONDE DE), 1864-65
JOSÉ RAMÓN OSORIO, 1865
SAN SATURNINO (MARQUÉS DE), 1865-66
VILLASECA (MARQUÉS DE), 1866-67
VILLAMAGNA (MARQUÉS DE), 1867
VILLAR (MARQUÉS VIUDO DE), 1867-68
NICOLÁS MARÍA RIVERO, 1868-70
MANUEL MARÍA JOSÉ DE GALDO, 1870
FERNANDO HIDALGO SAAVEDRA, 1870-72

CARLOS MARÍA PONTE, 1872
SARDOAL (MARQUÉS DE ), 1872 y 1874
SIMEÓN ÁVALOS, 1872-73
PEDRO MENÉNDEZ VEGA, 1873
PEDRO BERNARDO ORCASITAS, 1873-74
TORENO (CONDE DE), 1874-75
HEREDIA SPINOLA (CONDE DE), 1875-77
TORNEROS (MARQUÉS DE), 1877-81
JOSÉ ABASCAL Y CARREDANO, 1881-83 y 1885-89
URQUIJO (MARQUÉS DE), 1883
BOGARAYA (MARQUÉS DE), 1884-85
Rostro del Conde de Peñalver
Conde de Peñalver
 

ALBERTO BOSCH Y FUSTERGUERAS, 1885 y 1891-92
ANDRÉS MELLADO, 1889-90
CAYETANO SÁNCHEZ BUSTILLO, 1890

VISTAHERMOSA (DUQUE DE), 1890
FAUSTINO RODRÍGUEZ SAN PEDRO, 1890-91
CUBAS (MARQUÉS DE), 1892

PEÑALVER (CONDE DE), 1892, 1895-96 y 1907-09
SAN BERNARDO (CONDE DE), 1892-93

SANTIAGO ANGULO, 1893-94
ROMANONES (CONDE DE), 1894-95 y 1897-99
MONTARCO (CONDE DE), 1896
JOAQUÍN SÁNCHEZ DE TOCA, 1896-97
AGUILAR DE CAMPOO (MARQUÉS DE), 1899-1900
MANUEL ALLENDESALAZAR, 1900
SANTO MAURO (DUQUE DE)  MARIANO FERNÁNDEZ DE HENESTROSA, 1900-01
ALBERTO AGUILERA, 1901-02, 1906-07, 1909-10
PORTAZGO (MARQUÉS DE) VICENTE CABEZA DE VACA, 1902-03
LEMA (MARQUÉS DE) SALVADOR BERMÚDEZ DE CASTRO, 1903-04
Rostro de Alberto Aguilera
Alberto Agilera
 

MEJORADA DEL CAMPO (CONDE DE) GONZALO DE FIGUEROA, 1904-05
EDUARDO VINCENTI, 1905-06 y 1913
EDUARDO DATO E IRADIER, 1907
JOSÉ FRANCOS RODRÍGUEZ, 1910-12 y 1917-18
JOAQUÍN RUIZ JIMÉNEZ, 1912-13, 15-16, 22-23 y 31
EZA (VIZCONDE DE) LUIS MARICHALAR,1913-14
CARLOS PRATS Y RODRÍGUEZ DE LLANO, 1914-15
JOSÉ DEL PRADO PALACIO, 1915 y 1917
ALMODÓVAR DEL VALLE (DUQUE DE) MARTÍN ROSALES, 1916-17
LUIS SILVELA CASADO, 1917-18
LUIS GARRIDO JUARISTI, 1918-20
LIMPIAS (CONDE DE) RAMÓN RIVERO DE MIRANDA,1920-21
ALFREDO SERRANO JOVER, 1921
VILLABRÁGRIMA (MARQUÉS DE) ÁLVARO DE FIGUEROA, 1921-22
VALLE DE SUCHIL (CONDE DEL), 1922
FAUSTINO NICOLI, 1923
ALBERTO ALCOCER Y RIBACOBA, 1923-24 y 1939-46
VALLELLANO (CONDE DE) FERNANDO SUÁREZ DE TANGIL, 1924-27
MANUEL SEMPRÚN Y POMBO, 1927
JOSÉ MARÍA DE ARISTIZÁBAL (CONDE DE MIRASOL), 1927-30
Rostro de Tierno Galván
Enrique Tierno Galván
 

JOSÉ MARÍA DE HOYOS Y VINENT (MARQUÉS DE HOYOS), 1930-31
PEDRO RICO, 1931-34 y 1936
JOSÉ MARTÍNEZ DE VELASCO, 1934
RAFAEL SALAZAR ALONSO, 1934
SERGIO ÁLVAREZ, R. VILLAMIL, 1935

CAYETANO REDONDO ACENA, 1936-37
RAFAEL HENCHE DE LA PLAZA,1937-39
SANTA MARTA DE BABIO (CONDE DE) JOSÉ MORENO,1946-52

MAYALDE (CONDE DE)  JOSÉ FINAT, 1952-65
CARLOS ARIAS NAVARRO, 1965-73
MIGUEL ÁNGEL GARCÍA LOMAS, 1973-76
JUAN DE ARESPACOCHAGA Y DE FELIPE, 1976-78

JOSÉ LUIS ÁLVAREZ ÁLVAREZ, 1978-79
LUIS MARÍA HUETE MORILLO, 1979
ENRIQUE TIERNO GALVÁN, 1979-86
JUAN BARRANCO GALLARDO, 1986-89
AGUSTÍN RODRÍGUEZ SAHAGÚN, 1989-91
JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ DEL MANZANO Y LÓPEZ DEL HIERRO, 1991-2003
ALBERTO RUIZ-GALLARDÓN JIMÉNEZ, 2003-2011
ANA BOTELLA SERRANO, 2011-2015
MANUELA CARMENA CASTRILLO, 2015-2019

JOSÉ LUIS MARTÍNEZ-ALMEIDA, 15 DE JUNIO DE 2019--

05 octubre, 2015

Origen de la calle y Monasterio de Montserrat

De estilo barroco, fachada asimétrica blanca y ornamentada torre.
Iglesia de Montserrat. Foto: A. Castaño
La madrileña calle de Montserrat y el convento e iglesia tienen su origen en un suceso histórico ocurrido en Cataluña en el siglo XVII. Corría el año 1640 y era abad del monasterio de Santa María de Montserrat, en la provincia de Barcelona, el benedictino castellano fray Andrés, que había resultado elegido para el cargo durante cuatro años. Los monjes catalanes estaban indignados porque el cargo de abad recaía siempre en un castellano, así que acordaron negarle la obediencia.

Eran tiempos de guerra entre España y Francia, por ello en parte de Cataluña, como territorio fronterizo, se encontraban las tropas del rey Felipe IV para atacar por el sur la Francia de Luis XIII. Los abusos de las tropas, la obligación de su alojamiento entre la población y los problemas por su manutención habían provocado la sublevación popular de Cataluña en 1640.

En estas circunstancias, los monjes catalanes del monasterio de Montserrat decidieron un día salir del recinto con la cruz y portando velas camino de Barcelona. En el monasterio se quedaron el abad y otros trece monjes castellanos. Por el camino se les unieron numerosos campesinos y gentes de los pueblos, ofreciéndoles sus carros y caballerías, aunque ellos decidieron continuar a pie. Al llegar a Barcelona recibieron los vítores de la población por su decisión. Enardecidas, muchas personas subieron al monasterio y apresaron a los monjes castellanos y poco faltó para que murieran en la revuelta. Las autoridades de la Ciudad Condal llegaron a tiempo y los condujeron presos a Barcelona.

Más tarde los trasladaron al monasterio de Ripoll, donde permanecieron hasta que el rey ordenó que los monjes volvieran al monasterio de Montserrat e informó al Papa Gregorio XIII de estos sucesos. El Papa delegó la causa en fray Benito de Toco, obispo de Lérida, que fue a Montserrat, pero no consiguió calmar a los catalanes, que nuevamente se sublevaron y expulsaron de noche al abad y demás monjes castellanos. Éstos huyeron y consiguieron llegar a Madrid. 


Monasterio en Madrid
Postal en blanco y negro, en una calle casi sin peatones.
Postal antigua (Archivo Comunidad de Madrid).
 
Felipe IV decidió que lo mejor era acoger a los benedictinos en Madrid antes que empeñarse por la fuerza en que vivieran odiados en el monasterio barcelonés, por lo que ordenó a su valido el conde-duque de Olivares que les buscara un lugar donde hacer vida monástica. Se les concedió una casa en la que había vivido un tiempo el conde-duque, a las afueras de la ciudad, y el rey les concedió una renta de seis mil ducados. Los monjes levantaron allí una capilla dedicada a Santa María de Montserrat, en memoria de la que habían dejado en la famosa montaña catalana.

Allí estuvieron los benedictinos hasta que, por la insalubridad del lugar, solicitaron al rey su traslado a otro sitio dentro de la población, eligiendo un paraje que había junto al portillo de  Fuencarral. Allí, en un terreno donde hoy confluyen la calle de Montserrat con la calle de San Bernardo, donde tiene su fachada principal, se empezó  a construir en 1668 el convento y su iglesia, ya en tiempos de Carlos II. En él se instalaron los monjes en 1704, antes de que acabaran las obras, que en realidad nunca llegaron a completar el proyecto del arquitecto de la Villa, Sebastián Herrera Barnuevo. 


Los monjes benedictinos ocuparon este monasterio hasta la guerra de la Independencia (1808) y después hasta 1820. Luego lo ocuparon de nuevo hasta la desamortización de Mendizábal, en 1836, cuando el convento pasó a ser cárcel de mujeres, dejando la iglesia para el culto. Más tarde, el penal se trasladó a la calle Barquillo y se realizaron nuevas obras para que volviera a ser convento.

En el edificio trabajaron, después de
Herrera Barnuevo, otros destacados arquitectos, incluido Pedro de Ribera que decoró la fachada principal y la torre. El templo, de titularidad estatal, fue declarado Monumento Nacional en 1914, y restaurado en 1983 por la Dirección General de Bellas Artes. Hace pocos años se realizaron obras de restauración de su fachada principal y en la torre, adjudicadas por el Ministerio de Educación y Cultura.

27 septiembre, 2015

Del Madrid conventual a la desamortización

Vista parcial de la maqueta, un conjunto apretado y tapiado de casas bajas, con una de sus entradas principales.
Modelo de Madrid 1830. M  Historia de Madrid
El perfil de ciudad conventual de Madrid comenzó a cambiar a partir de 1836. Hacia unos 25 años que el rey intruso, José Bonaparte, había iniciado una importante pero insuficiente reforma urbana, trasladando cementerios y mataderos a las afueras de la ciudad y derribando conventos para abrir plazas, como la de Santa Ana, Mostenses, San Miguel, San Martín o la plaza de Ramales. La ciudad necesitaba de espacios y salubridad. 

Madrid seguía recluida dentro de los límites de sus obsoletas tapias. El paisaje urbano de casas bajas estaba trufado de iglesia y conventos, cuyas órdenes religiosas tenían el privilegio de controlar la altura de los edificios vecinos para mayor privacidad y de vigilar que no se instalaran en sus proximidades actividades ruidosas o molestas. El conjunto de torres y cúpulas era notorio en una ciudad de 4 km de largo, no sólo por su elevado número, sino por la enorme extensión de suelo que ocupaban sus recintos. En 1833, cuando muere Fernando VII, había en Madrid 65 conventos, 34 de religiosos y 31 de religiosas.

Grabado antiguo en el que se aprecian numerosas torres y cúpulas.
El Madrid conventual. Mus. Historia de Madrid.

En este contexto, se produce la regencia de María Cristina, por la minoría de edad de su hija Isabel II, y llegan al Gobierno los liberales progresistas, que decretan la desamortización de los bienes eclesiásticos, un proceso de expropiación y subasta de bienes de las órdenes religiosas puesto en marcha en 1836, excepto un listado de bienes destinados a servicios públicos o monumentos nacionales. 


Con la desamortización, cuyo artífice fue el ministro de Hacienda Juan Álvarez Mendizábal, se trataba de saldar la enorme deuda pública del país, sufragar los gastos de la guerra civil contra los carlistas, que defendían el derecho al trono del hermano de Fernando VII, e impulsar la economía española. En el caso de Madrid, era acuciante la necesidad de espacio ante la gran emigración hacia la capital atraída por el desarrollo industrial, especialmente de jornaleros que difícilmente encontraban trabajo y en muchos casos tenían que recurrir a los comedores sociales y la caridad. 


Con la desamortización, centenares de miles de metros cuadrados cambiaron de propietario. De los 34 conventos madrileños de religiosos, 12 se cedieron al Estado, 10 se derribaron y 5 se vendieron a particulares. El resto se devolvió a sus propietarios o se dividió en parcelas para construir, manteniendo la iglesia para el culto. De los 31 conventos de religiosas, 18 no se vieron afectados. Fue un ‘ensanche’ de la ciudad de puertas adentro.

Antiguo grabado del edificio.
Convento de San Felipe El Real. MHM.

Aumentó el número de casas con la venta de más de 500 fincas, se crearon las plazas de Tirso de Molina y Vázquez de Mella y se ampliaron otras existentes, como la de Santo Domingo y la plaza de Pontejos. También permitió la aparición de varias calles, como el pasaje Matheu, Orellana y Doctor Cortezo y el ensanchamiento de las calles de Alcalá, Arenal, Barquillo o Atocha, entre otras. 

El primero de los conventos derribados en este periodo fue el convento de San Felipe el Real, en la Puerta del Sol, a la entrada de la calle Mayor. En su solar se levantaron las Casas de Cordero, propiedad de Santiago Alonso Cordero, un antiguo arriero leonés que se había enriquecido con el transporte de mercancías peligrosas. En este edificio se inspiró el conjunto de edificios levantados durante la reforma y ampliación de la Puerta del Sol iniciada en 1859.

Entre los edificios públicos creados sobre anteriores conventos figuran el Congreso de los Diputados, donde estuvo el convento e iglesia del Espíritu Santo; el Senado, antes convento de Agustinos de doña María de Aragón; la antiguo Universidad Central de Madrid, en la calle Noviciado, que fue Noviciado de Jesuitas; el convento de los Basilios, convertido en cuartel de la Milicia Nacional o el cuartel instalado en los que fue convento de San Francisco el Grande. Más tarde, algunas de estas propiedades se dividieron en solares y se vendieron para construir viviendas.


El problema de la vivienda

Edificio de cinco plantas, de estilo neoclásico con balcones en la segunday tercera.
Casas de Cordero, Puerta del Sol. (A.Castaño).

La necesidad de vivienda en la capital se convirtió en una fuente de riqueza para algunos. Los propietarios especulaban sin escrúpulos con el alojamiento: dividían las casas en partes, se levantaban plantas y se eliminaban patios y corrales, viviendo los vecinos cada vez más hacinados. En 1854 el Ayuntamiento decretó un mínimo de tres metros cuadrados para las habitaciones que se alquilaban a jornaleros, aguadores y otros trabajadores. La falta de salubridad ocasionaba una mortalidad muy alta por la mala alimentación y la falta de higiene. 


Todas las medidas fueron insuficientes ante la cada vez mayor densidad de población. En 1857, el Gobierno de los liberales moderados encargó el proyecto de Ensanche de la ciudad a Carlos María de Castro, aprobado por la reina Isabel II en 1860. Cuando ya se iniciaba el Ensanche de Madrid, más allá de los límites que habían marcado las antiguas tapias, se parceló y construyó en los terrenos del antiguo cuartel de artillería de Monteleón, en el barrio de Malasaña, se crearon calles como la de Apodaca, Larra y Barceló, y se regularizaron los terrenos entre el paseo de Recoletos y la Puerta de Alcalá, surgiendo las calles Marqués del Duero y calle Salustiano Olózaga.

20 septiembre, 2015

La cocina del Madrid antiguo

Piezas de caza (liebre, patos ,perdices), queso fresco, un cesto con manzanas y una chocolatera sobre brasero con ascuas.
Bodegón de invierno (F. Barrera). Museo del Prado.
La cocina popular madrileña se basó durante siglos en las legumbres, principalmente garbanzos, que se añadían al cocido de carnes y tocino, así como pescados de río, cereales, verduras de sus numerosas huertas y pasteles de carne o empanadas. 

A las mesas de las clases adineradas llegaban carnes de caza mayor y menor, como jabalí, venado, conejo, liebre, perdiz, pato o faisán, que abundaban en los bosques que rodeaban Madrid, además de carne de carnero, cordero, cerdo y vaca. Las recetas de carnes eran muy variadas, asadas o guisadas con distintas especias, adobadas, cocidas o escabechadas. 

Desde que Madrid se convirtió en la capital del Imperio español a mediados del siglo XVI, comenzaron a llegar todo tipo de alimentos procedentes de sus territorios americanos y europeos, aunque la mayoría iban destinados a la Corte y sus distintos estamentos y a las clases altas de la sociedad madrileña. Entre ellas se puso de moda la cocina de Italia, cuando gran parte de sus territorios dependían de la Corona española. De América llegó el pavo común, hasta entonces desconocido en Europa, y el cacao para elaborar chocolate, al que se añadía, azúcar, vainilla y canela, popularizándose entre la nobleza en el siglo XVII, antes de extenderse a Francia, Italia e Inglaterra. Ya en siglo XVIII, las patatas, tomates, maíz y numerosas frutas llegados del continente americano se incorporaron a los menús del pueblo. En el mismo siglo surgen también otros platos típicos de Madrid, como los callos a la madrileña o la gallina en pepitoria.


Manjares de la nobleza

En las cocinas de la nobleza y clases pudientes se manejaban recetas como las del morteruelo, que se hacía con carnero; los gigotes, a base de carne guisada y picada que se servía fría; el manjar imperial, que era una especie de natillas; la gratonada, a base de aves; las almojábanas, de queso fresco, requesón y huevos o las empanadas de carne o pescado. Sin embargo, había tres platos que, por su exquisitez, eran los preferidos: la salsa de pavo, el mirrauste y el manjar blanco. 

La salsa de pavo se elaboraba para aderezar los platos de pavo real. Consistía en cocer un pavo real y dos capones añadiendo al caldo los hígados machacados con almendras, jugo de naranja amarga y especias, hasta conseguir una masa espesa a la que se añadían huevos y azúcar. Se servía con unos trozos del pavo.


El mirrauste era un guiso de pichones con muchas almendras picadas, canela y una buena cantidad de azúcar que se añadía durante la cocción. Resultaba una salsa espesa que se servía con trozos de carne de las aves.


El manjar blanco era una masa espesa y blanca que se elaboraba con pechugas de gallinas cocidas y deshilachadas, harina de arroz, agua de rosas, leche de cabra, almendras y azúcar, que se presentaba espolvoreada de azúcar molida.


Con el paso del tiempo, las relaciones entre clases de la sociedad madrileña hicieron que algunos de los platos más sencillos de las clases altas llegaran a las mesas de los pobres. No fue hasta el siglo XX, con el cambio de costumbres y una clase media predominante, cuando las comidas de unos y otros empiezan a parecerse. El cocido madrileño continuó siendo la estrella entre los platos cotidianos, aunque ganó en riqueza entre las recetas de los hogares.

22 agosto, 2015

El nombre de la calle de la Ballesta

Calle larga y estrecha adoquinada a la que se asoman balcones de edificios de cuatro plantas..
Calle de la Ballesta.
La calle de la Ballesta tiene el origen de su nombre en esa costumbre tan primitiva como cruel de maltratar a animales bravos y salvajes cuando se encuentran atrapados y fuera de su hábitat. En esta calle cercana a la Gran Vía, vivía en el siglo XVII un cazador de origen alemán, aficionado al vino, que tenía junto a su casa un corral dedicado al tiro con ballesta sobre animales vivos. En aquel corral había instalado un poste al que ataba a los animales por el cuello, y una tarima sobre andamios desde donde los ballesteros disparaban sus flechas sobre lobos, venados o jabalíes cazados en los bosques que rodeaban Madrid. Este penoso espectáculo en el que se confundían los alaridos por del sufrimiento de los animales con el griterío de los espectadores, reportaba a su promotor sustanciosas ganancias.

El cazador se situaba en tierra para atender lo preciso para el entretenimiento y encargarse del relevo de animales en el poste. Para ello disponía de una especie de cajón de madera que a modo de caseta le protegía de las saetas que disparaban los aficionados. Sucedió en una ocasión que la presa era un jabalí enorme cazado en el monte del Pardo que, atravesado por numerosas flechas y en su furiosa lucha por escapar de aquella muerte consiguió arrancar el poste. El cazador salió huyendo, pero el animal le atrapó y de un feroz mordisco le mató. 


Desde entonces, la autoridades de la Villa prohibieron esta brutal actividad, pero para entonces ya los madrileños llamaban a éste el corral de la Ballesta. Y así se llamó también la calle donde aquel se encontraba, hoy entre la calle Desengaño y la Corredera Baja de San Pablo.

04 agosto, 2015

El mantón de Manila, origen de una tradición

Una mujer viste el traje típico de chulapa con el mantón de Manila. A su lado, dos hombres visten de chulapos.
Chulapos y chulapas. Fotos:A. Castaño
Señora con mantón de Manila de color crema y bordados en el mismo color, y otras con mantones negros y flores de colores.El mantón de Manila es una prenda tradicional madrileña, uno de los símbolos del tipismo de la ciudad, aunque sus orígenes se encuentran muy lejos de ella. Comenzó a utilizarse en el siglo XVII, pero fue durante el siglo XVIII, reinando Carlos III, cuando las mujeres empezaron a usarlo como prenda tradicional, luciéndolo en las verbenas y en los toros, como reacción a la moda francesa que se había instalado entre la alta sociedad. A los hombres y mujeres que empezaron a vestir de forma tradicional, principalmente de los barrios de Maravillas (Malasaña) y Lavapiés, se les empezó a llamar majos y majas.

Ya en el XIX, el mantón de Manila era una prenda muy popular en Madrid. Las mujeres habían sustituido la mantilla y peineta en la cabeza por el mantón, moda que también adoptó la alta sociedad, cuyas mujeres querían imitar las formas de las chulapas, que se lo ponían en las fiestas principales.
La zarzuela La verbena de la Paloma, estrenada a finales el siglo XIX, dedica a esta prenda un chotis, otra de la tradiciones madrileñas que nació fuera de España.
 
Los mantones de Manila llevan bordados de colores gran cantidad de figuras, predominando los pájaros y las flores sobre el fondo del lienzo, de raso o seda negro, blanco y crema, o son bordados en un solo color. Esta prenda, rematada por finos flecos en sus bordes debe su nombre a que los primeros mantones de este tipo fueron adquiridos a comerciantes de Manila, cuando Filipinas era una colonia española. Éstos, a su vez, los habían comprado a comerciantes chinos, que habitualmente los vendían entre las damas de la alta sociedad China, por lo que estaban adornados con símbolos de la cultura oriental, como flores de loto, pagodas y dragones. Posteriormente se adaptaron al gusto español, con rosas, claveles, pájaros y otros adornos.


La tonadilla

Al diferencia de lo que ocurre con el mantón de Manila, la tonadilla, que nació en Madrid, evolucionó y se identificó con Andalucía. La tonadilla, que hoy se confunde con la copla, nació en Madrid en la segunda mitad del siglo XVIII, como una nueva forma teatral que tuvo un rápido éxito. Era una pieza corta y ligera utilizada en los entreactos o pausas en las representaciones, cuyo origen está en las canciones sueltas que tenían lugar durante las representaciones de comedias.

A mediados del siglo XVIII esas canciones se agruparon en piezas teatrales incorporando varias escenas y se representaba en los teatros antes de la comedia y en los entreactos. Una de sus formas más extendidas era la protagonizada por una pareja de actores o cómicos que representaban una escena de costumbres.


La tonadilla se asocia con Andalucía porque su principal impulsor fue el andaluz Antonio Guerrero, y algunas de las actrices más famosas en el siglo XVIII eran andaluzas, como La Tirana (la sevillana María del Rosario Fernández) o La Caramba, de Motril (Granada), cuyo nombre era María Antonia Vallejo Fernández, que a sus dotes para el espectáculo unía una gran belleza.