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25 agosto, 2014

Padre Llanos, el 'cura rojo' del Pozo del Tío Raimundo

Fotografía del padre Llanos.
José María Llanos y Pastor.
En 1955, el cura jesuita José María Llanos dejó su puesto privilegiado entre la élite eclesiástica y se fue a vivir con los pobres del barrio chabolista más grande de Madrid, el Pozo del Tío Raimundo. Un barrizal al que habían llegado de las zonas rurales, principalmente de Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha, cientos de familias en busca de una segunda oportunidad, muchos de ellos repudiados por sus lazos con los perdedores de la guerra civil. 

Los emigrantes compraban un pequeño trozo de tierra por aproximadamente 1,6 pesetas el metro cuadrado y por la noche levantaban sus chabolas, para que la policía no pudiera desalojarles por la mañana de su ‘casa’, sobre todo si dentro había niños pequeños o mujeres embarazadas. Aún así había que pagar una multa para ‘legalizar’ la chabola, que después se iría mejorando. A partir de 1966 el metro cuadrado ya costaba 100 pesetas, hasta que en 1976 dejaron de construirse estas casuchas de barro, ladrillo, madera, chapa y uralita.

Con 50 años, el padre Llanos se fue a este suburbio madrileño que había comenzado a formarse en los años 40. Al principio muchos le miraban con recelo, como a un espía, hasta que comprendieron que su compromiso y solidaridad con los marginados era total, que ponía en práctica lo que predica el Evangelio. Él mismo decía: “Vine a vivir con estos hombres porque me parecía que estaba más cerca de Cristo”.


En esta barriada levantó una iglesia e inició una labor social, de calle, casi inexistente en aquellos tiempos, ayudaba a sobrevivir en la miseria a sus vecinos, que le llamaban ‘Charly’, e impulsó el movimiento vecinal y reivindicativo, otorgándole una fuerte identidad. Su iglesia era el centro social del barrio, donde se hacían reuniones, llegaban noticias y se planeaban acciones.

Antigua calle del barro con un reguero cavado que la recorre, y casas bajas de adobe.
Una calle del Pozo del Tío Raimundo en los años 50.

Eran tiempos en los que el movimiento obrero se estaba reorganizando y el Partido Comunista de España vivía en la clandestinidad, dos causas de preocupación para la dictadura franquista y el nacionalcatolicismo, que consideraban estas barriadas terreno abonado al anticlericalismo. Por ello, veían bien iniciativas como la del padre Llanos y otros ‘curas obreros’ que podían moderar las posturas en las crecientes barriadas obreras del sur de Madrid.


Sin embargo, a pesar de su magnífica labor con los vecinos del Pozo del Tío Raimundo, el padre Llanos nunca estuvo del todo conforme con sus logros en su objetivo de crear una comunidad cristiana de base. Decía en una ocasión: “Mi pastoral ha sido muy mala, un fracaso rotundo. Intenté dar un giro a ese cristianismo aldeano y empecé a hacer una comunidad de base, pero fracasé. Ahora se ha quedado el barrio sin la piedad aldeana y sin la piedad moderna. Me duele que haya tanto ateísmo, sobre todo entre los jóvenes. Abro las puertas de mi casa a todo el que llama. Hoy el Pozo es más culto y lo que quisiera es que sus habitantes creyeran en Jesús, tuvieran fe. Me gustaría que Jesús fuera su guía, aunque no he sabido presentárselo”. 


El ejemplo del 'cura rojo' 
 Vista aérea del barrio, años 70, con los primeros bloques en el centro de una gran extensión de casa bajas.
El Pozo en los años 70. Los primeros bloques de viviendas.

Una dura autocrítica de un hombre excepcional que consiguió cambiar las cosas desde que entró en el Pozo y el Pozo entró en él. Un hombre que procedía del sector radical del nacionalcatolicismo, confesor y protegido de Franco, se unió a la reivindicación obrera, y a la vez que impulsaba el movimiento cristiano, daba la cara por los vecinos detenidos. Con la muerte de Franco en 1975 y el fin de la dictadura, la labor del padre Llanos se revitalizó. Se hizo amigo de dirigentes comunistas como Dolores Ibárruri y Marcelino Camacho, se afilió al Partido Comunista y a Comisiones Obreras. Esto le valió el sobrenombre de ‘cura rojo’, aunque él nunca se consideró un cura obrero. Con el tiempo, consiguió que a este barrio marginal llegaran el agua, la luz y la escuela. A principios de los años 80 se creó la Coordinadora de Barrios, que agrupaba a numerosas asociaciones de vecinos y a colectivos vecinales en los que habían trabajado los ‘curas obreros’ siguiendo el ejemplo del padre Llanos.


José María Llanos y Pastor nació en Madrid en 1906. Procedía de una familia de militares, se licenció en Filosofía y Teología por la Universidad Pontificia de Granada y en Ciencias por la Universidad Complutense de Madrid. Ingresó en la Compañía de Jesús en 1927, con 21 años. Cuando en 1932 el Gobierno de la Segunda República disolvió la Compañía tuvo que desterrarse, hasta que pasada la guerra volvió en 1939 y se ordenó sacerdote. Entre otros, ocupó el puesto de capellán del Frente de Juventudes, sección juvenil de la Falange.


Escribió varios libros, como Defendiendo y acusando, Sacerdotes del futuro, Reportajes para Cristo, Formando juventudes, Ser católico y obrar como tal y Creo, y miles de artículos en prensa. Fue colaborador habitual en la revista Cuadernos para el Diálogo, dirigida por el político Joaquín Ruiz-Giménez.


En 1985 se le concedió el Premio Internacional Fundación Alfonso Comín, por su solidaridad con los oprimidos. También fue galardonado con los premios Memorial Juan XXIII y Pax Christi, y en 1981 se le concedió la medalla de oro de la Comunidad de Madrid.


José María Llanos falleció en 1992 en la residencia de jesuitas de Alcalá de Henares, a los 86 años. En el Pozo del Tío Raimundo una calle, un monolito y un centro de salud están dedicados a su memoria.  


(Fotos: http://www.fotosimagenes.org. Bajo licencia CreativeCommons).

19 agosto, 2014

El rinoceronte de la calle de la Abada

La placa formada por nueve azulejos con el dibujo de un rinoceronte con un enorme cuerno y debajo el nombre de la calle.
Placa de la calle de la Abada. Foto: pedroreina.net
Cuenta la tradición que la madrileña calle de la abada recibe su nombre por un suceso ocurrido en el lugar en el siglo XVI. Fue durante el reinado de Felipe II cuando unos feriantes portugueses llegaron a Madrid con una abada o rinoceronte, un animal desconocido en Europa, para exhibirlo al público. Montaron su campamento en las eras del priorato de San Martín, en un terreno hoy delimitado por la calle Preciados, la Gran Vía y la plaza del Carmen. Los madrileños acudían en multitud al lugar y pagaban dos maravedíes por entrar en la barraca o tienda y contemplar al fabuloso animal, al que acosaban con gritos y silbidos mientras los portugueses tocaban tambores y dulzainas. 

El hijo de un hornero se familiarizó con el rinoceronte y le daba de comer trozos de pan. Un día el muchacho tuvo la mala idea de dar al animal un trozo de pan ardiendo, o una brasa del horno, o ambas cosas juntas, y el animal se lo tragó. Enloquecido, se lanzó sobre el muchacho y le atrapó entre sus fauces hasta matarlo, sin que los portugueses pudieran evitarlo.

En cuanto el prior de San Martín, fray Pedro de Guevara, supo lo ocurrido expulsó de sus tierras a los portugueses. Fuera por las prisas de la marcha o por la conmoción que la desgraciada muerte del muchacho les produjo, a los portugueses se les escapó el rinoceronte, y en Madrid cundió la alarma. Quevedo escribió que al anochecer algunos alertaron de una figura amenazadora en el postigo de San Martín (puerta ubicada donde la plaza del Callao) y que salieron los cuadrilleros con picas a cazar a la fiera, pero fue una falsa alarma al comprobarse que se trataba de un carro cargado de paja. Otros contaron cómo un perro que veía corriendo hizo que muchos vecinos huyeran despavoridos al confundirlo con la abada. Según la leyenda el animal ocasionó en su huida hasta 20 muertes. Por fin, el rinoceronte fue atrapado cerca de la era de Vicálvaro por los mismos portugueses, ayudados por la Santa Hermandad, un cuerpo armado que puede considerarse antecedente de la Policía.

En el paraje de San Martín se instaló una cruz de madera en recuerdo de la muerte del muchacho en las fauces de la abada. Años después, cuando el priorato de San Martín vendió aquellas eras y se construyeron casas en el lugar, se formó allí la calle de la Abada.


06 agosto, 2014

Villa y Corte, posadas, mesones y tabernas

Pintura anónima que muestra el edificio propio de la arquitectura de los Austrias, y numerosos personajes y carruajes en su entorno.
Palacio de Santa Cruz (Cárcel de Corte, 1650).
Con el traslado de la Corte a Madrid en 1561 y el consiguiente ir y venir de comerciantes, funcionarios y todo tipo de viajeros, se disparó la demanda de posadas y mesones donde encontrar alojamiento y comida. Ya a principios del siglo XVII había en Madrid unos 850 establecimientos donde hospedarse, principalmente en el entorno de las calles Toledo, Cava Baja, San Bernardo, Carrera de San Francisco o Postas por estar en estas zonas las terminales del servicio de diligencia. Eran muy frecuentes también en estas zonas los carreteros, que llegaban con mercancías a los grandes mercados cercanos. 

Por diferencia de precio y comodidades, las posadas eran lugar de alojamiento y comida de los viajeros pudientes, y los mesones acogían a las clases más populares, que también se dirigían a las fondas, donde las habitaciones eran compartidas por varios huéspedes. 

Posadas secretas 

Existía también un grupo de posadas secretas destinadas a señores e hidalgos que acudían a resolver sus asuntos, pero no tenían casa propia o de parientes en Madrid y para ellos la apariencia era una cuestión principal. Se trataba de casas particulares de huéspedes que no tenían la obligación de poner el letrero de 'posada' en la fachada, de modo que los señores alojados aparentaban residir allí y no en una posada o mesón.

Ya en esta época existía un control de las condiciones de posadas, mesones y fondas, y de la comida y bebida que en ellos se ofrecía, lo que provocó que muchos de estos establecimientos fueran cerrados. Además, la continua construcción de nuevas viviendas provocó que un siglo después su número se redujera a unos 300. 


Tuvieron que pasar unos 250 años para que algunas fondas y casas de comidas pasaran a denominarse restaurantes, moda francesa a la que siguió la aparición, a mediados del siglo XIX, de los primeros hoteles, cuyas comodidades y servicios distaban mucho de sus antecesores.


Las tabernas, vinos y licores
Fachada de una de las pocas tabernas centenarias de Madrid. La clientela degusta en la calle, de pie, sus productos.
Centenaria taberna Casa Labra. Foto: S. Castaño


Al duplicarse la población madrileña tan rápidamente, a partir de 1561, creció la demanda de vino y se multiplicaron por todas partes las tabernas. Productores y bodegueros llegaban de distintas zonas del país para ofrecer sus vinos en la Villa y Corte, principalmente de municipios madrileños como San Martín de Valdeiglesias, Navalcarnero, Arganda, Valdemoro o Carabanchel y desde municipios de Toledo, Ciudad Real o Ávila.


La normativa prohibía a los taberneros las mezclas de vino y agua o servir platos de caza, pescado y pan, de modo que estos alimentos sólo podían tomarse en los mesones y otros locales de comidas, como las hosterías. Era frecuente que las tabernas tuvieran la fachada de madera pintada de rojo y que los mesones tuvieran su decoración interior a base de azulejos.


Con el tiempo, además de vino hubo un trasiego de licores y otras bebidas hoy casi desconocidas, como el hipocrás (vino tinto o blanco con azúcar y especias, sobre todo canela, jengibre y clavo), la carraspada (vino tinto cocido con miel y especias), la aloja (mezcla de agua, miel y especias que podía o no contener vino) o la mezcla de vino tinto y blanco llamada calabriada.


Villa y Corte, mentideros y casas a la malicia.