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25 febrero, 2014

Virgen de la Novena, la patrona de los actores en la iglesia de San Sebastián

En primer plano el Niño, dormido de lado apoya su cabeza entre el brazo y la almohada. A su lado, le observa la Virgen vestida con túnica rojiza, capa azul y pañuelo sobre la cabeza. Detrás, el niño San Juan con el dedo tapándose los labios mira al espectador, y San José, casi en la sombra, observa al Niño.
Lienzo de la Virgen de la Novena.
En el barrio de las Letras, en la esquina de la calle del León con Santa María, se instaló en 1615 el humilladero de la Virgen del Silencio, que tenía entre los actores y otras gentes del teatro a sus más fieles seguidores. Los hechos milagrosos que se contaban de esta imagen atraían a tanta gente que fue trasladada a la vecina iglesia de San Sebastián, e
n la calle de San Sebastián con la calle Atocha, cuando ya todos la llamaban Virgen de la Novena, por su primer milagro. 

Los humilladeros eran lugares de devoción al aire libre y en España existían muchos en los siglos pasados. La leyenda del humilladero de la Virgen del Silencio comienza con Carlos Veluti y su esposa, María del Haro, que en 1615 colocaron en la esquina de su casa una hornacina con un lienzo en el que aparecía pintada la Virgen con el Niño Jesús dormido en sus brazos y, a su lado, san Juan niño haciendo un gesto que indicaba silencio para no despertarle. En el barrio llamaban a esta imagen la Virgen del Silencio. 

Ocurrió que, en 1623, alguien rompió el pequeño retablo y su pintura, por lo que, fallecidos ya sus padres, fue el hijo, Pedro Veluti, quien se encargó de sustituirla por otra igual, pero también fue destrozada. De nuevo, encargó otro lienzo igual a los anteriores y los vecinos, que estaban muy apenados por estos sucesos, celebraron misas ante la imagen como muestra de la devoción.

El milagro y los cómicos

Por entonces, vivía en este barrio una mujer llamada Catalina Flores, casada con un buhonero con quien tenía dos hijas, Bernarda y Ana Ramírez, que luego serían actrices. Catalina, que había quedado inválida a consecuencia de un parto comenzó una novena ante la Virgen, cuya imagen veía a menudo transitando esta calle con sus muletas. Cuentan que el último día se quedó dormida y cuando despertó podía caminar sin las muletas. La noticia se extendió rápidamente por todo Madrid y pronto la esquina del humilladero se llenó de ofrendas y la gente acudía en masa. Ante el revuelo, intervino el vicario general, que ordenó al párroco de la iglesia de San Sebastián que acogiese esta imagen de la Virgen, que ya era conocida por todos como la Virgen de la Novena.

En el barrio de las Letras, formado entre otras por las calles llamadas hoy Quevedo, Cervantes o Lope de Vega, estaba en el siglo XVII el Mentidero de Representantes (o de los Cómicos), que era un ensanchamiento en la calle del León, donde se reunía la gente del teatro y la farándula para hacer tratos laborales o comentar las novedades del mundillo y de la Corte. Fueron estos personajes los que mantuvieron la devoción a la Virgen de la Novena con más fervor, algo que continuaron haciendo las hijas de Catalina. La mayor, Bernarda, era conocida en los escenarios como la ‘reina del zarambeque’, un tipo de danza en el que destacaba. 

La cofradía y la iglesia de San Sebastián
Iglesia de San Sebastián. Foto: S. Castaño

En 1631, el Gremio de Representantes eligió a esta Virgen como patrona y se creó la Cofradía de Nuestra Señora de la Virgen de la Novena a la que, mediante escritura, la iglesia cedió, el 17 de julio de 1632, la capilla donde estaba el lienzo y cuatro sepulturas en la cripta para enterramiento de los cómicos. La imagen de la patrona siempre debía tener encendidas dos velas. 

Según la tradición, en una ocasión el cuadro fue llevado al palacio de la condesa de Chinchón, que sufría una enfermedad de la que quedó curada. La condesa se apropió del cuadro y ordenó a un pintor que hiciera una copia exacta, que fue enviada a la iglesia de San Sebastián. Cuando la condesa falleció, el cuadro fue devuelto a la cofradía, que se encontró con dos lienzos iguales. 

La cofradía, en la que sólo podían ingresar los cómicos que actuaran en Madrid y su comarca, se encargaba de ayudar y cuidar de sus miembros, de sus pensiones y de sus entierros, además de organizar actos religiosos. En 1765, esta agrupación fundó una casa-hospital en la travesía del Fúcar, en el mismo barrio.

La imagen se venera hoy en un retablo de la iglesia de San Sebastián, siendo durante mucho tiempo una de las visitadas el Jueves Santo, día en el que acudían más actores de teatro y de cine. Era tradicional que se organizaran mesas petitorias en las que participaban actrices madrileñas.

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