GA4

29 julio, 2013

Pepe Botella, el rey intruso

Retrato al óleo de José Bonaparte, vestido con ropa dorada bordada en oro, medallón al pecho y capa roja, a su lado una corona real
José Bonaparte.
El rey intruso, José Bonaparte, ocupo el trono de España en 1808 y renunció a él en 1813. Apodado ‘Pepe Botella’, el hermano de Napoleón tuvo un reinado efímero e intranquilo por ser un rey impuesto a los españoles. Deseosos de independencia, los españoles le declararon la guerra sin cuartel desde el principio.


Aunque de carácter amable y afectuoso y acompañado siempre de ministros ‘afrancesados’, José I vivió en Madrid la soledad propia de quien es visto como intruso, un usurpador del trono que por tradición correspondía a Fernando VII, conocido entonces como ‘El deseado’.
En unas caricaturas aparece montado en un pepino sosteniendo con las manos una bandeja con una botella y unas copas llenas de vino. En otros dibujos, una mano le muestra un rey de copas de la baraja mientras un criado le trae una enorme bota de vino condecorada con una cruz. 
Entre las coplas y cantes, una letra decía: “Cada cual tiene su suerte, la tuya es de borracho hasta la muerte”. Y otra, “No es caballo, ni yegua, ni pollino en el que va montado, que es pepino”. Sin embargo, según los historiadores, el rey intruso no era bebedor. Lo que sí parece acertado es que José Bonaparte, además de amante de la buena mesa, era muy aficionado a las mujeres, aunque en estos asuntos la historia se mueve entre la realidad y la leyenda.
Las amantes de Pepe Botella
José Bonaparte conoció a Teresa Montalvo, viuda del conde de Jaruco y sobrina de uno de sus ministros, Gonzalo O’Farrill, ministro de la guerra, en una de las fiestas que la mujer organizaba en su casa. Teresa era una joven cubana muy atractiva y pronto se convirtió en su amante.
Enseguida se supo que ‘Pepe Botella’ había comprado un palacete a la condesa de Jaruco en la calle del Clavel, y que la visitaba disimuladamente por las noches, entrando por la puerta del jardín. Teresa no disfrutaba de buena salud y, a pesar de las atenciones que le procuró su amante, murió poco tiempo después.
Cuando José Bonaparte, al poco tiempo de estar en Madrid, huyó a Francia impresionado por la derrota en Bailén del general Dupont frente al general Castaños, conoció en Vitoria a otra de sus amantes, María del Pilar Acedo, marquesa de Montehermoso. Cuando el rey intruso volvió a Madrid acompañado del propio Napoleón y su ejército imperial, para reinstalarse en el trono, la marquesa de Montehermoso se trasladó a Madrid. En cuanto al marqués, a los pocos meses fue nombrado gentilhombre de cámara, grande de España y Gran Cordón de la Orden Real de España, un título creado por el José I. Los madrileños en sus chascarrillos se referían a este título como ‘la orden de la berenjena’, por su cinta color violeta. Entre burlas y chanzas algunos cantes ingeniosos decían: “De Montehermoso la dama / tiene un tintero / donde moja la pluma / José Primero”. 
Caricatura en la que José Bonaparte, sobre un gran pepino, sosteniendo una bandeja con una botella de vino, un mono enseña la carta del rey de copas y un criado sostiene una gran bota de vino
Caricatura de 'Pepe Botella'  o 'rey pepino'
Detestado y ridiculizado sin tregua por los madrileños, con importantes bajas entre sus soldados por las batallas y la guerra de guerrillas en el resto del país, José Bonaparte dimitió de su puesto en España el 28 de mayo de 1813. Con él se fue la marquesa de Montehermoso, que emigró a Estados Unidos tras la batalla de Waterloo (1815) y falleció en Florencia en 1844.
Mejoras urbanísticas
A pesar de todo, durante el breve periodo que José Bonaparte estuvo en Madrid se realizaron importantes reformas urbanísticas que pretendían modernizar la ciudad y dotarla de mayor belleza y salubridad. Así, se trasladaron cementerios y mataderos al exterior de Madrid, se demolieron iglesias y conventos, dando lugar a las plazas de Oriente, San Miguel, Santa Ana, Mostenses y San Martín, lo que permitió una mejor circulación del aire por numerosas calles estrechas. También se proyectaron grandes avenidas. Por estas actuaciones los madrileños, que nunca le perdonaron la invasión, le apodaron también "rey plazuelas" y "Pepe plazuelas".
Durante la Guerra de la Independencia, la legalidad española residía en las Cortes de Cádiz, que en 1812 promulgaron la primera Constitución Española.

25 julio, 2013

Bulevares, antiguas rondas

Ärboles en las acera y en el centro de la calle, vestigio del antiguo bulevar.
Calle Alberto Aguilera. Foto: Andrea Castaño.
Desde la calle Princesa hasta el Paseo de la Castellana hay una sucesión de calles de trazado recto que hasta mediados del siglo XX conservaban un paseo central arbolado de unos 10 metros de ancho, además de sus aceras arboladas, por lo que durante años se conocieron con el nombre de bulevares: calles Alberto Aguilera, Carranza, Sagasta y Génova, además de sus glorietas. Las necesidades del tráfico rodado acabó con estos paseos.

Fue a finales del siglo XIX cuando se empezaron a diseñar los bulevares de Madrid, para dotar a la ciudad de una serie de modernas vías de comunicación. Se trazaron sobre las antiguas rondas que corrían próximas a la cerca que rodeaba Madrid con diversas puertas de acceso.
La calle Alberto Aguilera recibe su nombre del político, abogado y periodista valenciano que fue varias veces alcalde y gobernador de Madrid. Anteriormente, esta calle se llamaba paseo de los Areneros y era parte de la antigua ronda que delimitaba la ciudad por el norte. Más allá sólo había campo y el quemadero de la Inquisición. Su primer edificio fue el Hospital de la Princesa, en la esquina con la calle San Bernardo y la Glorieta de Ruiz Jiménez. Se construyó en 1852 en conmemoración del nacimiento de la infanta Isabel Francisca, hija de Isabel II. Este hospital, restaurado en tiempos de Alfonso XII, fue derribado a mediados del siglo XX y en su lugar se construyó un magnífico edificio de hormigón blanco con plantas colgantes en su fachada. 

En el número 70 de Alberto Aguilera (antes Areneros, 46) estaba una de las casas en las que vivió el escritor Benito Pérez Galdós, y en los números 23 y 25 fundaron los jesuitas el Instituto de Artes y Oficios, hoy sede de la Universidad Pontificia de Comillas.
Desde la calle Princesa, este antiguo bulevar termina en la glorieta de Ruiz Jiménez, denominada así en memoria del que fue alcalde de Madrid en cuatro ocasiones, entre 1912 y 1931. Antes se llamaba glorieta de San Bernardo.
Una mediana arbolada divide la calle, de tres carriles en cada sentido.
Calle Carranza. Foto: A. Castaño.
Más allá de esta glorieta y hasta la de Bilbao discurre la calle Carranza, que era la continuación de la ronda de circunvalación. Debe su nombre a Fray Bartolomé de Carranza, confesor de Carlos V y de su hijo Felipe II. Por una serie de intrigas, este personaje fue encarcelado por la Inquisición durante varios años.
La glorieta de Bilbao, uno de los puntos más vitales de Madrid, se llama así porque allí estaba, hasta 1868, la Puerta de Bilbao, una salida de Madrid que recordaba a la ciudad de Bilbao y a sus defensores durante la Guerra de la Independencia. Este es un punto habitual de encuentro y puerta al dinámico barrio de Malasaña.
Siguiendo hacia el paseo de la Castellana, el siguiente bulevar era el de la calle Sagasta, cuyo nombre recuerda al político e ingeniero de caminos Práxedes Mateo Sagasta, que fue ministro de Gobernación. Este tramo era la antigua ronda de Santa Bárbara.
La calle Sagasta llega a la plaza de Alonso Martínez, que recibe el nombre de quien fue ministro de Fomento Manuel Alonso Martínez. Anteriormente se llamaba glorieta de Santa Bárbara porque allí estaba la Puerta de Santa Bárbara. En esta plaza y entre las calles Sagasta y Santa Engracia se instaló en 1720 la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, en la zona que llamaban campo del Tío Mereje, donde vivía la gitana ‘Preciosilla’, descrita por Cervantes en La Gitanilla. En la Fábrica de Tapices trabajó Goya cuando el director de la fábrica era Mengs. A finales del siglo XIX la fábrica se trasladó a otro lugar.
El último tramo, antes de llegar a La Castellana, es la calle Génova, antes llamada Ronda de Recoletos. Desde 1886 se llama Génova por llegar hasta la plaza de Colón y ser Génova la supuesta ciudad natal de Cristóbal Colón. Antiguamente, la acera de los números impares de la calle Génova eran las tapias de las huertas de los conventos de las Salesas, las Teresas y Santa Bárbara. A principios del siglo XX esta calle contaba con varios palacetes, entre otros el de Luis de Silva y Fernández de Córdoba, sobre cuyo solar se construyeron las Torres de Colón.
El cinturon de circunvalación o 'anillo' ciclista denominado M10 trata de reducir el tráfico de vehículos en los 'bulevares' y 'rondas' del cinturón que rodea el viejo Madrid. Tiene un carril-bus y un carril para bicicletas o ciclocarril en todo el perímetro, que va desde los mencionados bulevares hasta los paseos de Recoletos y Prado, las rondas de Atocha, Valencia y Toledo, calles Bailén, Ferraz y Marqués de Urquijo.

24 julio, 2013

Plácido Domingo, la voz y la maestría

El tenor Plácido Domingo con smoking dirigiendo una orquesta en 2008
Plácido Domingo, 2008. Foto: Russell Hirshon.
El cantante de ópera madrileño Plácido Domingo es uno de los mejores tenores del mundo, además de pianista y director de orquesta. Su carrera ha sido un continuo éxito desde el principio, gracias a unas cualidades personales y a una formación musical muy completa, desde composición, hasta dirección de orquesta, una práctica cada vez más frecuente en su trayectoria profesional. Su maestría en el terreno musical se extiende a la organización de grandes eventos, el asesoramiento de teatros, la intervención en películas o el trabajo con géneros ligeros. Plácido Domingo ha contado siempre con el cariño y el respeto del pueblo de Madrid.
Debutó en 1960 con la Compañía Nacional de Ópera de México, con la que interpretó el papel de Alfredo en La Traviata, de Verdi. Al año siguiente cantó Tosca en el Teatro de Bellas Artes de Monterrey y Lucía de Lammermoor en la Civic Opera de Dallas (EE UU). 
Un personaje brillante 
Desde ese momento su exitosa carrera le lleva a los principales escenarios musicales del mundo. Tras actuar como tenor en la Ópera Nacional de Israel, permaneció dos años y medio en ese país. En 1964 hizo un recorrido por España, Francia e Italia y después México, Washington y Nueva York, donde, en 1966, actuó  por primera vez con la Ópera de Nueva York, y dos años más tarde en el Metroplitan Opera House, con el papel de Maurizio de la ópera Adriana Lecouvreur, de Francesco Cilea. A su regresó a Europa cantó en Hamburgo, Viena y Berlín y debutó en la Scala de Milán en 1969, con Hernani, de Verdi.
Sus excelentes cualidades se han evidenciado en la interpretación de casi un centenar de papeles operísticos diferentes, desde Donizetti y Verdi a Wagner, Puccini y Strauss. Personajes como el duque de Mantua en Rigoletto, el Arrigo de I vespri siciliani y Otello, de Verdi, o papeles wagnerianos como en el caso de Lohengrin. Fue memorable su interpretación del papel de Cavaradossi en Tosca, de Puccini, en el Covent Garden de Londres en 1971. Además ha dirigido orquestas en el Metropolitan de Nueva York, en la ópera de Los Ángeles y ha dirigido a la Philarmonic Orchestra de Londres.
Por su naturalidad, la voz de Plácido Domingo es una de las favoritas del gran público, tanto en Europa como en América. Por ello, además de intervenir en los más prestigiosos escenarios del mundo ha cantado también en famosos festivales al aire libre. En 1981 cantó en el Central Park de Nueva York ante más de 250.000 personas, un evento que un año después repetiría en el campus de la Universidad Complutense de Madrid, y en 1985 representó Otello en el estadio Vicente Calderón. 
Portada del disco de vinilo de Plácido Domingo Romanzas y duos de Zarzuela en el que aparece ataviado de chulapo madrileño con clavel rojo en el ojal
Portada de un disco de Plácido Domingo.
En julio de 1990 participó, junto a José Carreras y Lucciano Pavarotti, bajo la batuta del maestro Zubin Mehta, en la clausura del Mundial de Fútbol de Italia. Los Tres Tenores, nombre que recibió este evento, tomó parte de nuevo en las clausuras de los Campeonatos Mundiales de Fútbol de 1994, 1998 y 2002. Los tres tenores actuaron también en los Ángeles en la clausura del Mundial de Fútbol de Estados Unidos.
El prestigio internacional de Plácido Domingo le valió para ser nombrado en 1992 director artístico de la Exposición Universal de Sevilla, y dos años después director artístico de la Ópera de Washington.
Primeros años
Plácido Domingo nació en Madrid en 1941. Estudió piano, canto y dirección de orquesta en México, adonde se trasladó en 1950 con sus padres, los cantantes de zarzuela Plácido Domingo y Pepita Embil, establecidos allí por motivos de trabajo. En México recibió clases de solfeo y piano del maestro Manuel Barajas. También fue alumno del director Igor Markevich.
A los 14 años ingresó en el Conservatorio Nacional de Música de México, donde fue discípulo del barítono del Metropolitan Ópera House, Carlo Moretti que fue quien le aconsejó que renunciase a ser barítono para convertirse en tenor. No obstante, en su debut en México actuó como barítono con la compañía de sus padres en la zarzuela Gigantes y Cabezudos.
Con sólo 16 años se casó con una compañera de estudios del conservatorio, con la que tuvo un hijo, y de la que se divorció dos años después. En ese periodo trabajó como pianista y cantante en locales nocturnos. En 1962, contrajo matrimonio con la prestigiosa soprano de Veracruz (México) Marta Ornelas.
Premios y distinciones
A lo largo de su exitosa carrera ha recibido numerosas distinciones, entre las que destacan una decena de doctorados honoris causa, entre otras, por la Universidad Complutense de Madrid, la de Nueva York, la Georgetown University y Philadelphia College of the Performing Arts.
En 1991 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, junto a Victoria de Los Ángeles, Teresa Berganza, Montserrat Caballé, José Carreras, Alfredo Kraus y Pilar Lorengar.
Fue figura musical en el año 1997, Medalla de Oro del Instituto Hispánico de Nueva York, Medalla de Oro de la Villa de París, Medalla de Oro Julián Gayarre de la Fundación Nacional de Arte Lírico y de la Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid. Es además Caballero de la Legión de Honor de Francia.
Desde el año 2000 ha recibido numerosos premios y reconocimientos, entre otros, la Medalla Presidencial de la libertad en los Estados Unidos, la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil, la Medalla Internacional de las Artes de la Comunidad de Madrid, la Orden del Águila Azteca y la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica. Ha ganado once Premios Grammy, dos Latin Grammy y dos premios Emmy. El gran tenor madrileño ha actuado en muchas ocasiones para colaborar en causas benéficas.



22 julio, 2013

Palacio Real, museos y colecciones reales

Fachada principal del Palacio Real desde la plaza de la Plaza de Oriente.
Palacio Real. Madrid. Foto: F. Chorro.
El Palacio Real se alza en la calle Bailén como un mirador privilegiado sobre el río Manzanares. Ocupa el mismo lugar donde antes estuvo el alcázar de los Austrias, destruido por un incendio en 1734, que a su vez se levantó sobre los cimientos de la alcazaba árabe.

Al parecer el incendio que arruinó el viejo alcázar de los Austrias y numerosas obras de arte de las colecciones reales se inició en la habitación del pintor de cámara Jean Ranc que, como muchos otros artistas extranjeros, había llegado a Madrid por las posibilidades que ofrecía la recién estrenada nueva dinastía de los Borbones.

Felipe V, primer Borbón en España, encargó en 1735 al arquitecto italiano Filippo Juvara trazar el nuevo palacio. Éste lo diseñó de acuerdo con los cánones clásicos en el exterior, con fachada sobria, opuesta a la sofisticación del barroco en el interior. Un año después el arquitecto falleció en Madrid y su discípulo, Sachetti, heredó los planos del maestro y se puso al frente de la construcción del palacio. La primera piedra de la nueva residencia real se puso en abril de 1738, introduciendo en el hueco una caja de plomo con monedas de oro, plata y cobre acuñadas en Madrid, Segovia, Sevilla, México y Perú. Las obras finalizaron en 1755, durante el reinado de Carlos III.
El edificio tiene planta cuadrada, con casi medio kilómetro por cada lado, patio central y salientes en los ángulos, además de un enorme patio de armas anexo. Con una extensión de 135.000 m² y 3.418 habitaciones es uno de los mayores palacios de Europa.
 
El Palacio Real guarda en su interior varios museos independientes, como el de carruajes o el de armas, además de importantes colecciones de pintura, escultura, cerámicas, tapices, orfebrería y otras piezas artísticas. 

Colecciones reales 
Interior del Palacio Real, con elementos decorativos como estatuas, columnas, lienzos, frescos enmarcados por relieves dorados.
Vista interior del Palacio Real.
Aunque las mejores pinturas de la colección real se enviaron al Museo del Prado, el palacio conserva lienzos de El Greco, Rubens, Goya, Carreño, Caravaggio, Van Loo, Juan de Flandes, Watteau y otros. También son importante las pinturas al fresco que decoran techos y paredes, especialmente los frescos de las bóvedas de la escalera principal, la capilla, el Salón de Alabarderos y el Salón del Trono. Son obras realizadas por Mengs, Tiepolo, Bayeu, González Velázquez, Vicente López, entre otros.
También es importante la colección de tapices. Hay series como Episodios de la Vida de la Virgen, con cartones pintados por Metsys y Van der Weyden; la serie Historia de José, David y Salomón, sobre cartones de Giaquinto y del Castillo, copiados de originales de Lucas Jordán; la serie El Triunfo de la Madre de Dios, con cartones de Metsys y Juan de Flandes, y tapices de Bruselas, como los correspondientes a los Hechos de los Apóstoles, con cartones atribuidos a Rafael. Se conservan también alfombras de la Real Fábrica de Tapices.
La escultura también está bien representada, de la mano de autores como Pedro de Miguel, Roberto Michel, Felipe de Castro, Berruguete, Adam y Ponzano, entre otros.
En el Palacio Real se encuentran las mejores piezas de la Fábrica de Porcelanas del Buen Retiro. En la cámara fuerte se guarda una colección de cajas y arcas de distintas épocas, además de importantes piezas de orfebrería, como el cetro real (s.XVII) y la corona (s.XVIII) que utilizó Juan Carlos I en su proclamación como rey.
La Real Biblioteca cuenta con casi 4.000 manuscritos, 3.500 mapas, 2.000 grabados, obras musicales, monedas y medallas. 
Museos del palacio 
Una gran plaza se abre frente a la fachada sur del palacio, con arcadas a los lados.
Plaza de la Armería, fachada sur. Foto: F.Chorro.
Además de estas colecciones, el Palacio Real alberga varios museos en su interior. El Museo de la Real Botica reúne una importante colección de frascos e instrumentos, así como con una buena representación de vasijas y recipientes de loza vidriada de Talavera, tarros procedentes de la Fábrica de Porcelanas del Buen Retiro y de la de Cristal de La Granja. En la Sala de Destilaciones hay antiguos aparatos utilizados por la ciencia en los siglos pasados.
La Real Armería es un museo de armas muy importante. Sus fondos provienen de las cámaras de armas de los reyes de España desde la Edad Madia hasta nuestros días. Destacan las armaduras de Felipe el Hermoso y Carlos I y la armería personal de Felipe II, la armería de los duques de Osuna o un freno de caballo de origen visigodo.
El Museo de Carruajes se encuentra dentro del recinto ajardinado del Campo del Moro, en el lugar en que estaban las Caballerizas Reales hasta 1967. En él se puede hacer un repaso a la evolución del carruaje en España desde su comienzo en el siglo XVI hasta principios del siglo XX. Destaca la carroza llamada ‘de Juana la Loca’, considerada un coche fúnebre, que es única en el mundo. Además se muestran complementos, como bastones para lacayos, látigos, fustas, sillas y arneses.
Además del Campo del Moro, 20 hectáreas de jardines en el lado occidental del palacio, mirando hacia el río Manzanares, el entorno del palacio está embellecido por los Jardines de Sabatini, de 2,54 hectáreas junto a la fachada norte, y los jardines de la Plaza de Oriente, al este, frente a la fachada principal.

20 julio, 2013

La muerte del conde de Villamediana

Rostro del Conde de Villamediana, con cabello largo, bigote delgado y perilla
Conde de Villamediana
Juan de Tassis, conde de Villamediana, era siempre el centro de atención en todas las reuniones. Su carisma deslumbró al joven rey Felipe IV, que le nombró gentilhombre de cámara, hombre de confianza. Rico, ingenioso y poeta, el de Villamediana era uno de los hombres más admirados y envidiados de la corte, y las fiestas que preparaba eran memorables.

Sin embargo, también era provocador, mujeriego y dado a la crítica, valiéndose de su ingenio para arremeter contra algunos personajes poderosos. Ya en su juventud, en tiempos de Felipe III, llegó a resultar tan molesto entre los cortesanos que el rey le desterró por un tiempo, oficialmente por su afición al juego. "Para no morir ahorcado / el mayor ladrón de España / se vistió de colorado", le dedicó al duque de Lerma, aludiendo a su nombramiento como cardenal para librarse de la justicia.  

Villamediana marchó a Nápoles y al volver a Madrid había heredado el cargo de Correo Mayor. Hizo amigos influyentes que no dudaban en acudir a sus fiestas. Muchos le atribuían una serie de versos anónimos en los que se ridiculizaba y denunciaba a personalidades del gobierno, sobre todo al valido del rey Felipe IV, el conde-duque de Olivares.
Ocurrió que el 21 de agosto de 1622, a eso de las nueve de la noche, el conde de Villamediana, acompañado de Luis de Haro, hijo del marqués de Carpio, paseaba en su carroza por la calle Mayor, donde tenía su palacio. A punto de llegar a su casa, a la altura de la travesía del Arenal, un hombre con la cara cubierta se acercó al coche y por la ventanilla disparó un ballestazo al conde y salió corriendo. En unos minutos el conde había muerto.
Recreación del suceso en el que se ve a un grupo de gente y al médico, el cura y un monaguillo con farol, atendiendo al conde tumbado en el suelo del zaguán de su casa.
La muerte del conde (M. Castellano).

El suceso convulsionó todo Madrid, pero nunca se descubrió al asesino. El caso propició todo tipo de especulaciones entre la realidad y la fantasía que forman parte de las leyendas de Madrid. Desde las ambiciones de poder del conde-duque de Olivares, que perdía prestigio ante los poemas críticos referidos a él y que se atribuían al conde, hasta los celos del propio rey, que sospechaba que la reina Isabel de Borbón estaba prendada de Villamediana.
Por entonces, corría una poema anónimo, atribuido a Góngora, amigo del conde, que decía: “Mentidero de Madrid / decidnos ¿quién mató al conde? / ni se sabe, ni se esconde / sin discurso discurrid: / dicen que le mató el Cid, por ser el conde Lozano; / ¡disparate chabacano! / la verdad del caso ha sido / que el matador fue Bellido / y el impulso soberano”. 

Sea como fuere, el conde de Villamediana era tan lanzado que, según la leyenda, coqueteaba con la reina Isabel. Dicen que en una fiesta de toros en la Plaza Mayor llegó a caballo y vestido con una capa bordada con reales de plata, y un cartel que decía: “Son mis amores”. Cuentan que en otra ocasión Villamediana hizo una buena faena como rejoneador, y que la reina comentó: “qué bien pica el conde”, a lo que el rey contestó, “pica bien, pero muy alto”.
Además, el conde de Villamediana dedicaba poemas amorosos a una tal Francelisa, que podría ser un juego de palabras para referirse a la reina (francesa) Isabel o Elisa, pero podrían ir dirigidos a Francisca de Tabora, joven portuguesa a la que pretendía Felipe IV. Al parecer, el conde escribía poemas por deseo del rey para engatusar a la joven.
Con todo, por su elegancia, ingenio, sensibilidad y carácter crítico, el conde de Villamediana tenía enemigos poderosos, que entre otras cosas sentían envidia de sus aventuras amorosas y temían sus posibilidades en política. Lope de Vega apuntó que el conde murió “un tanto juvenil / por ser mucho Juvenal”, atribuyendo a sus escritos la razón de su muerte.

18 julio, 2013

Lope de Vega y el Barrio de las Letras

Retrato de Lope de Vega, sobre fondo negro, vestido de negro y con la cruz de Malta prendida en el pecho.
Lope de Vega. (E. Cajés. M. Lázaro Galdiano)


El personaje más popular y halagado de su época fue, sin duda, Félix Lope de Vega. Además de llevar una vida muy ajetreada, con numerosas aventuras y amoríos, tuvo tiempo de escribir 1.500 comedias, 400 autos sacramentales y más de 1.100 obras de teatro, algunas tan universales como Fuenteovejuna o El Caballero de Olmedo

El llamado ‘Fénix de los ingenios’, nació en Madrid en 1562. Es uno de los autores más brillantes de la literatura española, uno de los más prolífico de la literatura universal, el que más obras estrenó y por tanto el que más dinero ganaba escribiendo. Además de las dos obras mencionadas, El perro del hortelano, La dama boba, El acero de Madrid, El castigo sin venganza, La Dorotea, Peribáñez o El mejor alcalde, el rey son algunas de sus obras más recordadas.
Su amplísima obra abarca desde la novela griega (El peregrino en su patria) y la épica burlesca (Gatomaquia) al teatro barroco, en el que otorga al pueblo el honor que parecía exclusivo de las clases pudientes, algo que también hizo Calderón de la Barca. Lope de Vega se ganó la amistad del pueblo, que se apasionó por su teatro y abarrotaba los corrales de comedias, donde cosechaba continuos éxitos.
Con 25 años y por despecho escribió unos textos críticos referidos a la que fue su amante, Elena Osorio, casada con un comediante, por lo que acabó en la cárcel durante una temporada y en el destierro. Un año después, en 1588, se vio inmerso en otro proceso judicial, por el rapto de Isabel de Urbina, hija del escritor Diego de Urbina, regidor de Madrid y jefe de armas de Felipe II. Lope rompió el destierro y se casó en la iglesia de San Ginés con Isabel. Tras quedar viudo, se alistó en la Armada Invencible, con la que también luchó y perdió la vida su hermano Juan.
Casa-museo 
La puerta abierta de la casa de Lope de Vega deja ver un pequeño recibidor con baldosas antiguas y al fondo un patio.
Casa-museo Lope de Vega. Foto: F. Chorro.
En 1598 contrajo matrimonio con Juana de Guardo, con quien tuvo dos hijos, Carlos que murió a los siete años y Feliciana.  En el número 11 de la calle Cervantes, en el barrio de las Letras, se conserva restaurada la casa en que vivió Lope de Vega, hoy casa-museo. El autor la compró en 1610 por 9.000 reales cuando aún vivía su segunda esposa, que murió al nacer su hija Feliciana. A los siete años de haber comprado la casa, la producción de Lope creció mucho, afirmando el autor en el prólogo de Peregrino tener escritas 230 comedias. En 1618 tenía escritas 800 y en 1632 alcanzó las 1.500.
En estos tiempos del Siglo de Oro y muy cerca de la calle Cervantes estaba el Mentidero de  Representantes, o de los Cómicos, concretamente en la calle del León, lugar donde se reunían las gentes del teatro, comediantes, representantes, empresarios… Por allí pasaban también Quevedo, para ir a su casa, Góngora, Tirso de Molina y otros autores, pero el más notorio era Lope de Vega. Como cada uno tenía sus seguidores, las polémicas eran habituales en este lugar.
Uno de los amigos de Lope era Alonso de Contreras, aventurero, escritor y militar, a quien dedicó su comedia El Rey sin reino. Se cuenta que Lope fue también durante su infancia amigo de la beata madrileña Mariana de Jesús, a quien se atribuye la célebre frase “De Madrid al Cielo”, pronunciada en su lecho de muerte en 1624.
Lope de Vega fue también sacerdote, cantando su primera misa en el convento de San Hermenegildo, lo que no impidió que, con 56 años, tuviera una aventura amorosa con Marta de Nevares, mujer casada de 25 años. 

A los 60 año  el ilustre poeta y dramaturgo madrileño estaba enfermo y casi arruinado. Murió el 27 de agosto de 1635 en su casa de la calle Cervantes (por entonces calle Francos). Su entierro se convirtió en una gran manifestación de duelo en Madrid. El cortejo fúnebre se detuvo ante una de las ventanas del cercano convento de clausura de las Trinitarias Descalzas, en la calle Cantarranas, a petición de la monja Marcela de San Félix, hija de Lope, que rezó ante el cadáver. Fue enterrado en uno de los nichos de la bóveda del presbiterio de la iglesia de San Sebastián. Desde 1844, la calle Cantarranas pasó a llamarse Lope de Vega, que va desde la calle del León hasta el paseo del Prado.
En 1674 un nieto de Lope que vivía en Milán vendió la casa de la calle Cervantes a un particular. Cuando el edificio, que se encontraba en muy mal estado, fue adquirido por  la Real Academia Española de la Lengua entre los escombros se encontró un trozo de dintel con una inscripción en latín que decía: “Que propio albergue es mucho, aun siendo poco y mucho albergue es poco, siendo ajeno”.


16 julio, 2013

Parque del Retiro, naturaleza y ocio en pleno centro

Panorámica del estanque del Retiro, con barcas de remos y al fondo el monumento a Alfonso XII y la arboleda
Estanque del Retiro, 2013. Foto:S.Castaño.

El Retiro, el parque más emblemático de Madrid, era un lugar de recreo de los reyes, hasta que la revolución de 1868 acabó con el reinado de Isabel II y se decidió abrir este espacio a los madrileños. Sus orígenes se remontan al Real Sitio del Buen Retiro, conjunto de edificios y jardines inaugurados en 1634, un acontecimiento que Lope de Vega recogió en La Vega del Parnaso.  

Se construyó sobre una enorme finca que el conde duque de Olivares regaló al rey Felipe IV y debe su nombre original (El Buen Retiro) al aposento que los reyes tenían en el vecino monasterio de san Jerónimo el Real, para ‘retirarse’ a hacer ejercicios espirituales. Además de un extenso palacio contaba con nueve ermitas, coliseo de comedias y plaza de toros. 

El Buen Retiro sufrió un considerable destrozo durante la invasión francesa, pues lo ocuparon primero las tropas de Napoleón y más tarde las tropas inglesas aliadas con España. Hoy, además de los jardines y numerosas esculturas, el Retiro alberga varios espacios y edificios de notable interés, como el estanque y el Monumento a Alfonso XII, el Palacio de Velázquez, el Palacio de Cristal o el Parterre. 

Espacios principales
El Palacio de Cristal, con el lago delante, en el centro surtidor de agua y rodeado de vegetación
Palacio de Cristal, Parque del Retiro. Foto:S.C.
El estanque es el corazón del Retiro y a su alrededor se instalan todo tipo de personajes que animan el paseo: malabaristas, payasos, cuentacuentos, acróbatas, echadores de cartas… Está presidido por el monumento a Alfonso XII, el conjunto escultórico más grande de Madrid, obra del arquitecto José Grases, cuyo proyecto continuó, a su muerte, Teodoro Anasagasti. En este impresionante conjunto trabajó una veintena de escultores, entre ellos Mariano Benlliure, autor de la estatua ecuestre del  rey que se alza sobre el monumento.
El Palacio de Velázquez, llamado así por su arquitecto, Velázquez Bosco, se construyó para albergar exposiciones. El Palacio de Cristal, inaugurado 1887 para acoger las plantas de la Exposición de las Islas Filipinas, es una de las primeras estructuras de hierro y cristal. En ocasiones es escenario de presentaciones y exposiciones. Tiene delante un estanque con patos y cisnes y es uno de los lugares con más encanto del parque.
Palacio de Velázquez, El Retiro. Foto: S.C.
Otros espacio interesante es la Montaña Artificial, construida en 1815 por capricho de Fernando VII, para tener buenas vistas de Madrid. La Montaña tiene en su interior salas abovedadas que hace años se utilizaron como salas de exposiciones. En su exterior cuenta con numerosas especies vegetales y fuentes. A su lado están las ruinas de la ermita románica de San Pelayo, de 1232, traída piedra a piedra desde las afueras de Ávila en 1897.
También destacan los Jardines del Parterre, escenario, dicen las crónicas, de los ‘pecados’ de Luisa Isabel de Orleans, esposa del efímero rey Luis I, y la glorieta del Ángel Caído, monumento único dedicado al diablo, obra de Ricardo Bellver, con pedestal de Francisco Jareño.
El Parterre. Foto: S.C.
Observatorio astronómico 
Edifico singular de la arquitectura neoclásica es el Observatorio Astronómico, diseñado por el Juan de Villanueva, arquitecto de los cercanos Museo del Prado y Jardín Botánico. En su interior estaba el gran telescopio de Herschel de 25 pies, construido por el famoso astrónomo e instrumentalista germano-británico William Herschel, considerado en su época el mejor telescopio del mundo. Se instaló en 1802, pero durante la invasión francesa los soldados de Napoleón acampados en el Retiro lo quemaron. Sin embargo, se conservaron los planos, lo que permitió al Instituto Geográfico Nacional construir una réplica exacta del telescopio, que fue instalada en 2004.
En su día, el Casón del Buen Retiro y el edificio del Salón de Reinos (antiguo Museo del Ejército), al lado del parque, formaron parte del complejo de edificios que albergaba a la familia real y su séquito durante sus estancias en el Buen Retiro. El Casón, construido por el arquitecto Juan Bautista Crescenti, era utilizado como salón de baile.
En 1971, el Casón fue destinado a sede de las colecciones de pinturas del siglo XIX del Museo del Prado, y se hizo famoso por albergar durante años el Guernica de Picasso y el Legado Cooper, con obras de Picasso y Juan Gris.

15 julio, 2013

Luis Candelas, el bandolero de Madrid

El bandolero, sentado, vestido con chaquetilla corta, fajín y pañuelo a la cabeza.
Retrato de Luis Candelas.
Luis Candelas Cagigal, así se llamaba el más famoso bandolero que ha conocido Madrid. Cometió su primer delito cuando tenía 17 años, aunque su primera acción importante la realizó a los 20. Fue un robo en un almacén, donde se introdujo furtivamente acompañado de los amigos que luego formaron su banda: Paco ‘el Sastre’, Antonio y Ramón Cusó, Mariano Balseiro y Leandro Postigo. Como sus amigos, pertenecía a un familia trabajadora, pero acomodada.
 
Fue detenido por primera vez en septiembre de 1827 y enviado por cuatro años a la cárcel de Saladero, en la plaza de Santa Bárbara. Hacía sólo unos meses que Candelas se había casado con la hija de unos labradores zamoranos adinerados que estaban temporalmente en Madrid. Había estado unos meses en Zamora, pero con una excusa regresó a Madrid y a la delincuencia. Su ficha de la cárcel decía: “Estatura regular, pelo negro, cejas al pelo, nariz regular, boca grande y mandíbula prominente”. A los pocos días logró fugarse.
Salteador de caminos 
Los esfuerzos de la justicia por capturar a la banda de Candelas eran cada vez mayores. El grupo se movía continuamente de un lugar a otro, abandonó las calles y se desplazó a los caminos de entrada a la Villa y Corte. Lo mismo desvalijaban a caminantes que atracaban diligencias y correos. Las mercancías las vendían luego a intermediarios, casas de labranza y ventas. En la zona de Carabanchel asaltaron la mayoría de las fincas de recreo. Sus andanzas delictivas eran conocidas en todo Madrid y cada vez se dedicaban más fuerzas a su captura.
Un día la banda fue sorprendida y Luis Candelas fue detenido al tropezar y caer su caballo. Se le condenó a 20 años de trabajos forzados en el Peñón de Alhucemas. Salió de Madrid, en cuerda de presos, a finales de noviembre de 1829. En Alicante, por falta de prisión, fueron alojados en las cuadras de la casa de postas. Allí, con la hebilla del cinturón, consiguió abrir el candado que le retenía, prendió fuego a la paja y huyó por el campo. Luego consiguió robar un caballo valiéndose de su ingenio: en una casa de labranza vio a una joven embarazada a la que llamaban Rosa. Candelas se acercó a un chico que jugaba por allí y le dijo que fuera corriendo al pueblo a avisar al médico porque Rosa estaba dando a luz. Cuando el médico llegó a caballo, el bandolero le detuvo y, haciéndole creer que estaba armado, le robó el caballo y el dinero.
Ladrón disfrazado
El salteador volvió a Madrid, donde su madre había fallecido unos días antes dejándole en herencia 62.000 reales, un dineral en aquella época. Se compró una casa en la calle Tudescos y cambió de estrategia para arriesgarse menos. Por el día se trasformaba en un acaudalado y noble caballero peruano, con el falso nombre Luis Álvarez de los Cobos. Así se relacionaba con burgueses y aristócratas de quienes obtenía la información necesaria para llevar a cabo por la noche sus mejores golpes. Por entonces, Luis Candelas era ya una leyenda, protagonista de coplas populares, romances de ciego y pequeñas piezas teatrales.
En una ocasión robó un reloj de plata al oidor de la Real Audiencia, Pedro Alcántara, y luego en una reunión supo que éste tenía otro de oro en su casa. Candelas fue a la casa de Alcántara y mostró a su esposa el reloj de plata diciendo que le enviaba su esposo a por el otro porque éste se había estropeado. La mujer le entregó el de oro y además fue convencida por el ladrón para que le permitiera llevar el de plata a un "relojero de confianza".
En otra ocasión, la banda perpetró un atraco en la Posada del Rincón y en la espartería más importante de Madrid, en la calle Segovia 10, de donde se llevaron 8.000 duros. Otro golpe importante fue el robo en la calle Preciados 57, en la casa del sacerdote Juan Bautista, que tenía guardados 40.000 duros de la Iglesia por el pago de una finca.
El último golpe

Edificio de estilo herreriano del Madrid de los Austrias. Torres con chapitel en sus esquinas y tejado de pizarra con buhardillas.
Antigua Cárcel de Corte. Foto: F. Chorro.
La banda de Luis Candelas dio su último gran golpe en febrero de 1837. El bandolero y tres de sus compinches asaltaron la casa de Vicenta Mormín, modista de la reina, a la que robaron más de 15.000 duros, vestidos, sedas, encajes y otros complementos para la Corte. La Policía tomó Madrid, se realizaron redadas y registros en viviendas, deteniendo a muchos sospechosos. Por ello, la banda se tomó un tiempo de descanso y Luis Candelas decidió pasar una temporada en Gijón con su amante, Clara.
En julio de 1837 es reconocido y detenido en Valladolid por un soldado de la Milicia Nacional, Félix Martín. Trasladado a Madrid, fue encerrado en la Cárcel de Corte, la más importante de la Villa. La instrucción del proceso, en el que se le acusaba de más de 40 delitos contra la propiedad, duró tres meses. 
El 3 de noviembre de ese año se vio la causa en la Real Audiencia y el tribunal, en cuatro horas, dejó el juicio visto para sentencia. Al día siguiente, el secretario del tribunal le leyó la sentencia en la que era condenado a ser ejecutado a garrote vil. El mismo día, Candelas envió una carta pidiendo el indulto a la reina-gobernadora María Cristina, en la que destacaba que no había cometido delitos de sangre y que se le iba a ajusticiar igual que a quienes derramaron sangre. Sin embargo, el Gobierno se opuso al indulto y la sentencia siguió su curso.

A las siete de la mañana del 6 de noviembre de 1837, con 31 años, Luis Candelas fue llevado al patíbulo levantado en el centro de la plaza de la Cebada. Como todos los condenados a muerte, vestía ropa amarilla e iba montado sobre un borriquillo, escoltado por cuatro alguaciles y, excepcionalmente, una compañía de soldados.
Ejecución a garrote vil
La ejecución, todo un espectáculo popular en aquella época, había reunido en la plaza de la Cebada a numerosos madrileños, que esperaban con jolgorio mientras se pasaban la bota de vino. En lo alto del patíbulo, Candelas se quitó un anillo y un pañuelo de seda que llevaba al cuello y se los dio a uno de los frailes que solían acompañar a los reos hasta el final, para que los hiciera llegar a su esposa.
Su última voluntad fue dirigirse a la gente. Extendió su mirada sobre la alegre multitud, sonrió y gritó: “Sé feliz, patria mía”. Unos instantes después murió a garrote vil. La misma condena les llegó unos meses después a sus compañeros Mariano Balseiro y Francisco Villena (Paco “el Sastre”). En el Museo del Ejército se conserva un dibujo de la ejecución.
Vida de leyenda
La historia del famoso bandolero fue llevada al cine por primera vez en 1926, bajo el título Luis Candelas o el bandolero de Madrid, de Armand Guerra, seudónimo de José Estívalis.
Luis Candelas nació en 1806 en la calle del Calvario, en el barrio de Lavapiés. Era hijo de Esteban Candelas, un carpintero ebanista del barrio de Lavapiés. La familia se trasladó a la Cuesta de los Yeseros, junto a la Travesía de las Vistillas. Luis estudió en el colegio de San Isidro, trabajó en el Resguardo de tabacos y ascendió a jefe de sección.
Cuentan que en esa época se convirtió en un liberal activo, antiabsolutista, y que llegó a ser miembro de la sociedad patriótica de la Fontana de Oro, además de amigo del jefe político liberal Salustiano Olózaga. Al parecer, ambos salían a pasear con dos chicas: María Alicia, que fue amante de Olózaga y luego de Candelas, y Lolita Quiroga, que mas tarde, desengañada, se metió a monja y fue sor Patrocinio, y años después la famosa ‘monja de las llagas’.

12 julio, 2013

El Callejón del Gato y los Gatos de Madrid

Placa homenaje a Valle-Inclán y su obra Luces de Bohemia, situada por encima de la placa de cerámica del nombre de la calle Alvarez Gato
Placa y homenaje a Valle-Inclán.

Con el apodo 'gatos' llaman a los nacidos en Madrid. La tradición madrileña afirma que el sobrenombre gatos data de los tiempos de la Reconquista por las tropas del rey castellano Alfonso VI. Según el relato, cuando los cristianos asaltaron la muralla árabe durante la toma de Madrid, a finales del siglo XI, uno de los soldados escaló por ella con gran ligereza "hincando la daga por las junturas de las piedras, que los del Real, maravillados de su agilidad, empezaron a decir: que parecía gato, trocando de allí adelante él y sus sucesores, en memoria de esta hazaña, su antiguo apellido por el de Gato".

No puede asegurarse si es o no un hecho real. Los historiadores mantienen que Madrid se conquistó de modo pacífico, por el acuerdo entre cristianos y árabes, que entregaron Toledo, Madrid y otras localidades a cambio de Valencia.

De lo que no hay duda es de la existencia del linaje de los Gato en tiempos medievales. A él perteneció Juan Álvarez Gato, poeta madrileño autor de un cancionero y mayordomo de la reina Isabel la Católica. Casado con Aldonza de Luzón, este personaje, que da nombre a la calle, no dejó descendencia, por lo que fundó en 1490 un mayorazgo, encabezado por su sobrino García Álvarez Gato. Las casas de dicho mayorazgo estaban contiguas a la torre de la iglesia de San Salvador y sus fachadas daban a la calle Mayor y a la calle de Santiago.

Valle-Inclán y los esperpentos

La pequeña calle de Álvarez Gato, más conocida como callejón del Gato, en los aledaños de la plaza de Santa Ana, se encuentra por derecho propio en la Historia de la Literatura Española. Fue a la puerta de uno de sus establecimientos, que como atracción tenía un espejo cóncavo y otro convexo que deformaban la figura de quien en ellos se miraba, donde el dramaturgo y novelista Ramón María del Valle-Inclán ideó sus famosos esperpentos. 

Vista nocturna de la corta y estrecha calle, con varios bares y restaurantes.
Callejón del Gato. Foto: S.C.
Así, en su obra Luces de Bohemia (1924), el personaje Max Estrella le dice a su amigo don Latino: “Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato. Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento. Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo, son absurdas”. El callejón del Gato aparece varias veces más en la obra.

En esta calle peatonal casi todas las puertas son de bares y restaurantes, muy frecuentados por sus raciones y platos típicos madrileños. Esta calle comunica la de la Cruz con la de N
úñez de Arce, un un paso muy frecuentado por quienes van desde la Puerta del Sol hasta la plaza de Santa Ana y el Barrio de las Letras.

En el plano de Texeira (1656) esta calle figura sin nombre, pero sí aparece en el plano de Espinosa (1769).  

10 julio, 2013

El Rastro, compras baratas y tapas típicas

El Rastro desde la plaza de Cascorro hacia la Ribera de Curtidores, con puestos de venta a ambos lados.
El Rastro. Madrid, 2013. Foto: S. Castaño.
El Rastro es uno de los lugares más peculiares de Madrid y visitarlo, una de sus tradiciones más arraigadas. El nombre de este mercado callejero proviene del rastro de sangre que dejaban los despojos de los animales sacrificados en su traslado desde un matadero cercano hasta la Ribera de Curtidores, hoy calle principal del Rastro, donde estaban los curtidores de pieles. Actualmente, el término Rastro equivale a mercado callejero de toda clase de objetos de primera o segunda mano a precios económicos.

En el Rastro se agolpan puestos y tiendas de todo tipo, en los que se ofrecen desde piezas obsoletas de algún electrodoméstico antiguo hasta revistas descatalogadas, pasando por la última moda en ropa. Se instala los domingos y días festivos, de nueve de la mañana a tres de la tarde, aproximadamente.
Los puestos de venta se colocan en el trayecto que va desde la plaza de Cascorro (parte alta y cabecera del Rastro) hacia abajo por la Ribera de Curtidores, se extiende por las calles aledañas, y llega hasta la Ronda de Toledo. 
Calles del Rastro 
Estatua dedicada a Eloy Gonzalo, sobre un pedestal con placa en la plaza de Cascorro, en El Rastro.
Estatua de Eloy Gonzalo. Plaza de
Cascorro. 2013. Foto: SCB
En la plaza de Cascorro, con la estatua a Eloy Gonzalo, héroe de Cascorro, las calles colindantes y el primer tramo de la Ribera de Curtidores se instalan principalmente los vendedores de artesanía, ropa, juguetes, pañuelos, gorras y sombreros, cintas musicales, gafas de sol y bisutería.

Bajando la Ribera de Curtidores se extiende el Rastro a la izquierda por la calle de San Cayetano, territorio de vendedores de cuadros pintados, reproducciones, grabados y utensilios de arte en general. Por ello, a esta calle se la conoce también como la ‘calle de los Pintores’.
Le sigue la calle Fray Ceferino González, también llamada de ‘los Pájaritos’ porque era la calle de compra y venta ambulante de aves y otros animales de compañía, hasta que se prohibió esta práctica en el año 2000. A continuación, la calle Rodas donde se encuentran los puestos de compraventa de cromos, postales, revistas, estampas, barajas de cartas y otros coleccionables.  

Al otro lado, bajando la Ribera de Curtidores por la derecha desde Cascorro, se encuentra la escalinata que conduce a la plaza del General Vara del Rey (donde se encontraba aquel antiguo matadero) con vendedores de minerales, calzados y ropa de segunda mano.

Le sigue la calle del Carnero, cruzada en mitad de su recorrido por la calle de Carlos Arniches. En ambas se sitúan los libreros de viejo, los puestos de libros de ocasión, carteles, mapas o materiales escolares para coleccionistas.

Aproximadamente en la mitad de la Ribera de Curtidores, a un lado y otro de la calle, se encuentran galerías de tiendas especializadas en la venta de objetos antiguos, de desigual valor y calidad.

Y ya al final, limitando con la Ronda de Toledo, se encuentra la plaza Campillo del Mundo Nuevo, donde se instalan libreros, vendedores de música y cine en diversos formatos, muebles, chatarra, artículos de saneamiento y otros objetos de todo tipo.
A partir de las tres de la tarde, se retiran los puestos y se cierran las tiendas.

Tapas típicas

Amadeo, propietario del bar Los Caracoles, en la plaza de Cascorro, sirve tras la barra una ración de caracoles en salsa, la especialidad de la casa.
Bar Los Caracoles (Casa Amadeo), plaza de
Cascorro, El Rastro. Foto: Raquel Molano
La visita al Rastro es una buena ocasión para conocer viejos bares y tascas donde se degustan pichos o tapas típicas de Madrid, como el pincho de tortilla, los callos a la madrileña, boquerones en vinagre, berenjenas aliñadas, calamares rebozados, patatas bravas o los famosos caracoles a la madrileña. Se acompañan estos productos, normalmente, con vino, cerveza de barril (caña) o vermut de grifo. 

Tanto en la plaza de Cascorro, como en sus alrededores, calles Toledo, Maldonadas, Millán o la plaza de la Cebada se encuentran numerosos bares y restaurantes para comer de tapas o pedir un menú de la casa.

El Rastro en los libros

El Rastro no ha pasado inadvertido para la Literatura. Alonso Jerónimo de Saavedra habla de este lugar en su obra El sagaz (1620), y lo califica como “el reino de los rufianes”. Antes habían reparado en el Rastro, como escenario popular, Lope de Vega en La varona castellana; Miguel de Cervantes, en La cueva de Salamanca; Tirso de Molina, con El caballero de Gracia; Calderón de la Barca y su Hombre pobre, todo es trazas y Francisco Santos, en El escándalo del mundo.

Cervantes sitúa en el Rastro el encuentro entre la criada Cristina de Parraces y el sacristán Lorenzo Pasillas, correspondiente al entremés La guarda cuidadosa. El mayor homenaje literario y artístico al Rastro es obra de Ramón de la Cruz en su sainete El rastro por la mañana, y de Francisco de Goya, con Los cartones del Ciego, El cacharrero y La cometa.
Más cercanos en el tiempo son los poemas de Emilio Carrere dedicados al Rastro, el sainete de Tomás Luceño Una mañana en el Rastro y una excelente descripción de Ramón Gómez de la Serna en su obra El Rastro (1914).

Los antecedentes del Rastro podríamos encontrarlos en los mercadillos (baratillos) que se popularizaron en las calles de madrileñas a finales del siglo XVI. Se establecieron principalmente en la calle Mayor y en la Puerta del Sol, llegando a proliferar tanto que se prohibió su instalación en toda la Villa y Corte en 1599, pasando a establecerse en el extrarradio.