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06 marzo, 2015

Viajes de agua, fuentes y aguadores de Madrid

Gran fuente de piedra con escudos y alrededor aguadores, mujeres con sus cántaros y niños.
Antigua fuente, plaza de la Villa. .
Durante más de 800 años, Madrid se abasteció de las aguas subterráneas que llegaban a las fuentes a través de los viajes de agua, una serie de galerías o minas excavadas que partían del noreste de la ciudad, en los pueblos de Fuencarral, Hortaleza, Chamartín, Canillas y Canillejas. Este sistema, iniciado por los árabes, aprovechaba las filtraciones de agua en la tierra (arroyos, manantiales y acuíferos), por los deshielos de la sierra de Guadarrama y por la lluvia, para captar el líquido y llevarlo a la ciudad. Para ello se excavaban pozos conectados mediante galerías subterráneas.

Las galerías eran abovedadas, algunas revestidas de ladrillos, y se construían en pendiente a una profundidad variable de hasta 40 metros y con una longitud entre 7 y 15 km. En el suelo de las galería había un conducto de barro cocido por el que corría el agua hasta llegar a los depósitos subterráneos del casco urbano. Desde cada depósito salían galerías que alimentaban las fuentes madrileñas, como las de San Pedro, en Puerta Cerrada, la de los Caños Viejos, bajo el Viaducto, la de los Caños del Peral, en la plaza de Isabel II, y luego la de Puerta del Sol o la fuente de Cibeles, entre muchas otras.
Interior de una galería abovedada y revestida de ladrillos.
Viaje de agua.


Los maestros fontaneros eran los encargados de mantener en buenas condiciones los viaje de agua, y para ello accedían a las galerías y depósitos a través de ‘pozos de bajada’, excavados en las calles o en casas, cuya entrada estaba protegida por una reja con cerradura. No obstante, el sistema estuvo sometido a la picaresca de quienes hacían galerías de conexión para desviar el agua a su casa. 


Los madrileños se surtían del agua de las fuentes públicas, aunque existían numerosas fuentes privadas que contaban con sus propios viajes de agua. Había cuatro viajes de agua principales: el de Castellana, Abroñigal alto, Abroñigal bajo y Alcubilla. Entre las aguas más apreciadas por su finura estaban las aguas del Abroñigal bajo, que partía de Canillejas. Las aguas ‘gordas’, que surtían fuentes como la del Prado de San Jerónimo, Puente de Toledo o la de Caños Viejos podían consumirse, pero eran utilizadas para que bebiera el ganado o para riego y limpieza. 
Aguador en una escalera de vivienda, carga en su hombro una cuba sujeta al cuerpo por una correa agarrada con una mano.
Fund. Joaquín Díaz

Aguadores de Madrid

El traslado de la Corte a Madrid en 1561 y el consiguiente aumento de población provocaron una mayor demanda de agua y fue necesario aumentar el número de viajes. Surgieron los aguadores, cuyo oficio consistía en llenar sus cántaros con el agua de las fuentes públicas, cargarlos en las aguaderas de sus burros y vender el agua a domicilio, a petición de los vecinos que pudieran pagar el servicio. También se llevaba en cubas que transportaban en carros quienes disponían de ellos. Los aguadores eran hombres fuertes, casi todos asturianos y gallegos, que a diario tenían que subir sus cántaros y cubas a los pisos más altos. El precio del agua dependía de la fuente de procedencia y de si era verano (más caro) o invierno. 

A partir de 1620 los aguadores estuvieron sometidos a un reglamento que les marcaba las condiciones para obtener la licencia, pagos, fianzas y multas, la fuente de donde podía tomar el agua cada uno, el número de aguadores por fuente, la obligación de acudir con su cuba en caso de incendio o los litros que podían vender por habitante y día. 

Había fuentes, llamadas de vecindad, que estaban vetadas para los aguadores, y otras donde tenían la exclusiva, aunque lo normal era que tuvieran prioridad en la mitad de los caños las fuentes. El de aguadores fue un gremio importante en Madrid, con más de mil miembros.
En el centro de la fuente, esculturas de niños jugando con grandes peces, por debajo tortugas y ranas. De las bocas de los animales sale el agua.
Fuente ornamental en el Retiro. Foto: S. Castaño.

El último viaje de agua de Madrid, el de la fuente de la Reina, al pie de la montaña de Príncipe Pío, se construyó en 1855, cuando ya era evidente la escasez de agua en una ciudad que superaba los 200.000 habitantes, a pesar de los más de 120 km de viajes de agua existentes. La situación cambió radicalmente en 1858, tras la inauguración del Canal de Isabel II, que situó a Madrid entre las ciudades mejor surtidas de agua de Europa.


Todavía hoy se pueden ver en la ciudad algunas tapas de alcantarilla con la inscripción ‘Viaje antiguo de agua’, en pozos de bajada, aunque son escasos los tramos de galerías que se conservan, debido a las numerosas construcciones e infraestructuras subterráneas de todo tipo.

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